Abelardo y Eloísa, por Luis Albornoz
Abelardo y Eloísa, otra fascinante entrega de Luis Albornoz sobre la «carta de los dos amantes». Imperdible
Abelardo y Eloísa.
Esta historia se ubica en la Francia del siglo XII y tiene dos protagonistas: Pierre Abélard y Héloïse. Casi todo lo desarrollado aquí, salvo algunos datos históricos y algunos comentarios sobre los protagonistas, está extraído de “Epistolae duorum amantium” (en español traducida como “Cartas de dos amantes”).
Abelardo era oriundo del distrito de Nantes, proveniente de una familia con buena posición económica. A los 20 años se trasladó a París, donde se dedicó al estudio de las disciplinas clásicas de entonces: el Trivium (retórica, gramática, dialéctica) y el Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). Al principio, fue un alumno brillante pero luego empezó a confrontar con las posiciones tradicionales, que generaron fuertes polémicas con la curia romana. Abelardo cultivó particularmente la lógica y la música (que le servía tanto para los romances como para la sátira y las diatribas a sus oponentes) y por eso fue apodado “Golia” (demoníaco)
Cuando Abelardo conoció a Eloísa, ella ya había ganado cierto prestigio en la literatura y su correspondencia con Abelardo, es considerada como precursora de obras epistolares posteriores. La vida amorosa e intelectual de Eloísa con Abelardo, puede compararse y con mucha ventaja, con la literatura del amor cortés muy popular en la época, de “Tristán e Isolda” (sobre la que escribiera Wagner la conocida ópera). Eloísa también venía de una familia de alcurnia y su educación fue encargada a Fulbert, canónigo de Saint Etienne (París), con quien se inició desde niña en la lectura y la gramática, en latín, griego y hebreo, y sobre la mayoría de los autores antiguos conocidos en la época.
En el momento que se conocen, Abelardo intenta convertirse en el profesor particular de Eloísa, con el objetivo de seducirla. Como también era músico, comenzó a hacer canciones en latín que inmediatamente se popularizaron, en las que abundan las referencias a Eloísa, al punto que en algún momento se decía que “todo París canta sobre Eloísa”. Simultáneamente, empieza una correspondencia con ella y se empieza a ampliar el primer objetivo buscado. Dado que ella siempre le devuelve en el mismo tono y con la misma altura, con ejercicios de retórica, de innovación literaria, de alusiones íntimas y de referencias teológicas.
La relación Abelardo-Eloísa transcurre clandestinamente, entre encuentros íntimos que no excluyen momentos de violencia, momentos cómplices y una correspondencia cargada de sus propias experiencias, pero con abundantes referencias literarias, filosóficas y teológicas. Ambos se declaran abiertamente en contra del matrimonio. Presumiblemente, Abelardo se basa en razones laborales, para no comprometer sus oportunidades como canónigo (que por entonces requería el celibato). Eloísa aduce más bien razones éticas: para ella, el matrimonio era una prostitución de la mujer, guiada por un interés material para alcanzar una determinada condición social que podría convenir a aquella que quisiese «prostituirse a alguien mucho más rico si la ocasión se presentase».
Eloísa queda embarazada y su tutor, Fulbert, descubre la relación, prohibiéndola. Los amantes organizan una fuga y tiempo después, Abelardo vuelve a París para obtener el perdón de Fulbert (para quien el honor familiar dañado se repara con el matrimonio), a quien promete casarse con Eloísa (sin consultarla). El matrimonio se celebra en secreto (para no dañar la carrera como canónigo de Abelardo), pero termina por hacerse público, a pesar que Eloísa sigue negando el enlace. Fulbert acosa a Eloísa para que acepte el matrimonio públicamente, incluso recurriendo a la violencia. Bajo esa presión, Eloísa, se instala como huésped en el monasterio benedictino de Sainte Marie d’Argenteuil.
Debido a todos esos conflictos, Eloísa y Abelardo deciden entrar cada uno por su lado, en congregaciones monásticas. A partir de entonces Eloísa ingresa al monasterio benedictino de Sainte-Marie d’Argenteuil (hoy situado en los suburbios de París), pero ahora como novicia, en el que permanece durante 10 años, al cabo de los cuales es elegida como abadesa. Pero poco tiempo después, en un confuso incidente, abandona el monasterio y ayudada por amistades pudientes económicamente, funda la Abadía del Paraclet (en 1129), ubicado en la zona de Ferreux-Quincey (Champaña) y en él permanece como abadesa, durante más de 30 años. Durante ese tiempo, convierte la Abadía en una Escuela, donde las novicias estudiaban latín, griego, hebreo, las Escrituras, la Patrística, música, medicina natural y el canto gregoriano. Esta escuela monástica fue tan prestigiosa, que fue tomada en el Renacimiento como un ideal humanista y en el prototipo de lo que sería luego, el Collège de France.
Mientras tanto, Abelardo ingresa a un Monasterio Benedictino, donde vuelve a dedicarse al estudio y a la enseñanza. Pero los enfrentamientos con la curia romana continuaron en las décadas siguientes, mediante lo que luego sería formalmente la Inquisición (fundada 40 años más tarde) y Abelardo se recluyó entonces en la Abadía de Cluny de Saône, donde finalmente murió en 1142. Eloísa logra recuperar su cuerpo, trasladándolo a la Abadía del Paraclet, donde es sepultado frente al altar mayor. Finalmente, en 1164 muere también Eloísa y es enterrada según su petición, junto al cuerpo de Abelardo.
La Abadía del Paraclet sobrevivió hasta 1792, cuando el Terror de la Revolución Francesa, terminó de expropiarla y abandonarla. Pero hasta hoy, sus ruinas todavía están en pie, se pueden visitar y son el vestigio de una relación intensa y conflictiva, intelectual y apasionada, ocurrida hace unos 9 siglos. Ayer nomás.