Bajo los cielos de París, breve relato de Luis Albornoz

Bajo los cielos de París, breve relato de Luis Albornoz
Bajo los cielos de París, breve relato de Luis Albornoz

Bajo los cielos de París, una nueva entrega de Luis Albornoz para este fin de semana tal caluroso. Este breve relato es ideal para refrescar la alegría

Bajo los cielos de París

Cuando era un purrete y tenía esa edad en que empiezan a molestar (7-8 años), mi padre, que no hablaba mucho, me llamó y me dijo: “Tenés que estudiar música. Podés elegir entre acordeón o guitarra”. La situación era así: el conservatorio donde enseñaban instrumentos de teclados estaba a una cuadra de mi casa y en el que enseñaban instrumentos de cuerdas, estaba como a quince. Así que elegí acordeón. Creo que sentía que el resultado iba a ser igualmente nulo y de este modo iba a tener más tiempo para hacer lo que realmente quería, que era jugar al fútbol y a la bolita.

El conservatorio era un salón grande que tenía un entrepiso en forma de herradura, donde estaban los cubículos. Abajo estaban los pianos y arriba los acordeones. Al llegar, había que subir a la celda que medía no más de seis metros cuadrados y tenía una silla, un atril de pie, el acordeón y una mesita donde estaban los libros con las partituras. Los libros estaban ordenados en una pila, de menor a mayor, de modo que arriba estaban los de las escalas. A medida que aumentaban los conocimientos, había que pasar a los libros de abajo, que eran los de verdad.

Hasta entonces, yo del acordeón tenía una vaga idea de su forma y su volumen, pero ninguna idea de su peso. Como los niños usábamos pantalón corto, el instrumento me dejaba las piernas a la altura de las rodillas, todas rojas, aparte que el fuelle dos por tres me pellizcaba y con todo eso, el edema iba creciendo.

Era mixto. Todas las niñas tocaban piano y casi todos los niños, acordeón. Había dos profesores, un hombre y una mujer, que estaban abajo en una especie de panóptico desde el que nos controlaban. Con todo aquel barullo, no sé como hacían para darse cuenta de los errores, pero cada tanto pasaban a corregirnos. Aunque creo que no escuchaban nada, simulaban y subían para que supiéramos que ellos eran los profesores.

Aparte de los edemas, cuando me enteré que a fin de año había que hacer una audición en el conservatorio América, empecé a sentir algo raro, que hoy creo que lo llamarían “crisis de pánico”. Así que me apersoné al profesor, que era un tipo comprensivo para aquella época, le explique lo mejor que pude mis problemas, el tipo se apiadó y me dio para ensayar lo que tenía que ejecutar en la audición, tres meses antes. Era un vals que se llamaba “Bajo los cielos de París”. Así que todos los días, durante tres meses, yo lo único que tocaba era el mencionado vals.

En la audición me fue bárbaro. Bueno, “bárbaro” es un poco exagerado, porque mi única expectativa era que los profesores se dieran cuenta, que yo lo que estaba tocando era “Bajo los cielos de París”. No sé si dieron cuenta o de vuelta simularon (que me dí cuenta que era un recurso que empleaban muy seguido) y me aprobaron con sobresaliente y mención especial.

Mi educación musical continuó seis años más, al cabo de los cuales me dieron un certificado que no me acuerdo que decía, pero lo importante era que ya había concluido mis estudios. Claro que en esa edad, ya no me interesaba jugar a la bolita y tenía otros intereses mucho más complicados y que me traían mucho más problemas. Y como a lo largo de mi formación curricular en música, seguí el mismo método del primer año, al cabo de mi carrera y hasta el día de hoy, puedo ejecutar, leyendo las partituras, seis temas, es decir, “Bajo los cielos de París” y cinco más.

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