Caída de la libertad de prensa y dudas sobre la efectividad de la vacuna Pfizer

Hay dos noticias que separadas generarían en otro contexto un gran impacto, pero combinadas son una verdadera bomba nuclear. Caída de la libertad de prensa y dudas sobre la efectividad de la vacuna Pfizer
Al referirnos a la caída de la libertad de prensa y dudas sobre la efectividad de la vacuna Pfizer pretendemos hacer referencia a dos noticias que asociadas generan un impacto tremendo para cualquier lector más o menos atento.
Mientras nuestro presidente Lacalle Pou se divertía jugando al ping-pong enfrentando a un robot, y al parecer lo hacía muy bien, llegaba al público en general, aunque seguramente una minoría le prestó atención, dos noticias que encuadran una forma de entender la realidad actual o al menos de interpretarla.
Y ante ambas noticias queda en evidencia lo que un pensador de la talla de Zygmunt Bauman señala como «modernidad líquida»: «los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados«.
Cada vez nos adentramos más en la pérdida de consistencia y sustancia, todo se vuelve más banal y menos profundo. Así lo estamos naturalizando de forma constante y precisa, somos cómplices desde nuestro celular de la creación de la insatisfacción inmediata y de la búsqueda del pacer fugaz.
Solo de esta manera se toma con tanta permeabilidad la noticia de que Uruguay cayó 26 puestos en el ranking de libertad de prensa que elabora Reporteros Sin Fronteras. De esta manera caímos de la ubicación 18 a nivel mundial, de acuerdo a lo establecido en el 2021, a la posición 44. Es cierto que algunas alarmas se encendieron en las redes sociales y en algunos medios, pero apenas generaron debate y mucho menos un cimbronazo de consciencia de lo que esto significa.
Paralelamente se difundió otra noticia que es tremenda: BionTech reconoce “no poder demostrar” eficacia de la vacuna Pfizer y “su preocupación por los efectos adversos graves”.
Un año después de iniciada la campaña de vacunación en Uruguay algunos nos desayunamos con esta noticia que apenas tuvo difusión en los medios de comunicación y mucho menos en los grandes informativos de nuestro país. Solamente el periodista Gabriel Pereyra tuvo una postura crítica sobre el tema y de consternación. El resto de los grandes medios, nada.
La misma empresa que desarrolló la vacuna reconoce ante sus accionistas algo que parece de ciencia ficción:
- «Por lo tanto, se pudieron observar efectos secundarios y otros problemas con el uso generalizado que no se observaron ni se esperaban, o que no fueron tan comunes o graves durante los ensayos clínicos«
- «Con el uso de una vacuna por parte de una amplia población de pacientes, de vez en cuando pueden ocurrir eventos adversos graves que no ocurrieron en los ensayos clínicos del producto o que inicialmente parecían no estar relacionados con la vacuna en sí y solo se reconocieron a través de información posterior.»
- «Es posible que no podamos demostrar suficiente eficacia o seguridad de nuestra vacuna COVID-19 para obtener la aprobación regulatoria permanente en jurisdicciones donde se autorizó para uso de emergencia o se le otorgó una aprobación de comercialización condicional».
El Ministerio de Salud Pública se va a hacer cargo de la desinformación que llevó a cabo durante el transcurso de la campaña de vacunación? Los médicos que aconsejaron a sus pacientes qué deberían hacer ante estas conclusiones elaboradas por la empresa que desarrolló las vacunas que se aplicaron a más de dos millones de uruguayos incluidos menores de edad? Y los medios de comunicación que día tras días nos recomendaban vacunarnos sin decirnos sobre los efectos adversos de las inoculaciones y sobre su eficacia realizarán su mea culpa?
Es evidente que la premisa de sociedad líquida de Bauman está latente en Uruguay. Una sociedad comprometida consigo misma y atenta a los valores más humanos como la libertad de expresión y de información pública, como el de la salud, tendría una respuesta muy sólida ante estas noticias, pero apenas se escuchan las voces desafiantes de un status quo que nos tiene, en general, adormecidos con el ping-pong, Netflix, Instagram, el fútbol, el Play Station y las selfies.
Tres uruguayos están en riesgo de ir a la cárcel por sostener lo que oficialmente el laboratorio de Pfizer ha reconocido. Y si bien hay voces indignadas con este hecho, no son las suficientes como para crear un compromiso común en defensa de la libertad y de la salud.
Ambas noticias combinadas deberían provocar convulsiones, rupturas en nuestra forma de ver la realidad. Pero apenas eso queda a un porcentaje mínimo de uruguayos que siguen dando la pelea de la diversidad de opinión y al derecho de decidir sobre nuestra propia salud. A ellos, muchísimas gracias. Más allá de compartir o no sus conclusiones, solo queda aplaudirlos con nuestras palmas, porque se han mantenido firmes a pesar de los rayos y centellas, a pesar de la desidia del resto de nosotros, de nuestra naturalización negativa de resistir ante los embates de un discurso que no acepta la discordancia ni la mirada diferente.
Es válido reconocer que algunas luces se comienzan a encender en todo este recorrido perverso, en este tramo del mundo donde la apariencia se vuelve más vital que la esencia. Así lo expresa por ejemplo Rafael Gibelli y es un reconocimiento que bien tiene sus méritos:
En un mundo de sombras líquidas, estos destellos de luz avivan la esperanza. Las noticias sobre la caída de la libertad de prensa y dudas sobre la efectividad de la vacuna Pfizer tendrían que mover nuestros más duros cimientos. Estamos perdiendo por goleada en libertad de opinión y en el acceso a una salud plena basada en información pública de calidad. Sin embargo es cierto que en la cancha más embarrada, algunos no dejan de insistir y permiten que otros vean con ojos nuevos la realidad que nos es transmitida desde los grandes medios y desde el gobierno. Bien vale la pena esa postura, la postura de arrebatarnos la flojera y la desidia para ver cómo nos impactan las decisiones que toman otros por nosotros.
Como bien dijo el gran escritor y removedor de conciencias Aldous Huxley: «el amor expulsa el miedo, pero a la inversa, el miedo expulsa el amor. Y no sólo el amor. El miedo también expulsa la inteligencia, expulsa la bondad, expulsa todo pensamiento de belleza y de verdad… Porque al final el miedo echa por tierra incluso la humanidad de un hombre».
El camino del miedo, que cada vez se nos inculca más día tras día, solo se conforma con nuestros instintos más bajos y defensivos, más yoicos, más devastadores. Es nuestra capacidad de amar, es decir, nuestra capacidad de comprometernos con nosotros mismos y con nuestros semejantes, lo que nos separa de la liquidez y de la aniquilación de nuestros valores más humanos, de nuestras aspiraciones más elevadas, de aquellas que enaltecen el espíritu crítico y la comprensión, como decía el sabio Terencio, de que «nada humano me es ajeno».