El poder de la medicina y la moralización de la vacunación en Uruguay
El profesor Rafael Suárez nos entrega una nueva columna de opinión y vuelve a abordar un tema cada vez más polémico: El poder de la medicina y la moralización de la vacunación en Uruguay
El pasado miércoles 25 de agosto unas mil personas llegaron a Piedra Alta, Florida, a manifestarse en contra de las medidas que viene desarrollando el gobierno en torno a la pandemia. Incluso le entregaron una carta al presidente Lacalle Pou que no fue difundida por los medios. Más allá de que comparta sus opiniones o no, me molesta mucho que en un supuesto sistema democrático la voz de una «minoría» sea obviada, censurada o dejada de lado. Ya me he referido antes a este tipo de discriminación y realmente no me gusta que en mi país se tome ese rumbo. Por eso decidí escribir esta columna para intentar demostrarnos que estamos cometiendo un error grave. No es la primera vez. El poder de la medicina y la moralización de la vacunación en Uruguay tiene una explicación en raíces profundas que intentaré esbozar en esta columna.
Como profesor de Historia siempre tengo presente lo que anunciaba la Academia de Ciencia de Francia en el siglo XIX: que negros y monos tenían un coeficiente intelectual similar. Incluso algunos científicos aseguraban que los gorilas estaban por encima de las personas negras. La ciencia francesa mostraba argumentos sólidos y contrastados. Y todos aquellos científicos, filósofos o políticos que se oponían a este «descubrimiento» fueron apartados, desconocidos, burlados.
De esta manera Francia justificó, al igual que el resto de las potencias europeas, un imperialismo salvaje en África.
Pero lo que importa en este momento es destacar algunas similitudes con la actualidad. Hoy la ciencia nos dice que es necesaria una vacunación masiva en todo el mundo y aquellos científicos o personas que disienten son censurados por los grandes medios de comunicación. Reitero, uno podrá estar a favor o en contra de sus argumentos, pero jamás podemos ver con buenos ojos la discriminación de una postura diferente.
Eso sucede por ejemplo con un Premio Nobel como el francés Luc Montagnier que afirma que «es la vacunación la que está creando las variantes» y es un «error científico» proseguir con la estrategia de las inoculaciones. De hecho algunos medios de comunicación afirman que son un bulo las declaraciones del científico galo cuando en realidad sí son ciertas. Se intenta menospreciar y destrozar cualquier opinión contraria a lo que se denomina «ortodoxia covid».
Existe un poder médico y científico que no puede ser cuestionado, generándose una narrativa donde se establece la moralización de la vacunación. Las personas se dividen entre buenos y malos de acuerdo a si se vacunaron o no. Es una bestialidad.
Ya volveremos a ese tema para profundizarlo un poco más.
Ahora me quiero centrar en la frase de Montagnier: «los libros de historia lo demostrarán». Como profesor de Historia esa frase es muy seductora y tiene fundamentos sólidos. En la Francia del siglo XIX el «descubrimiento» de que negros y simios tenían el mismo coeficiente intelectual fue aplaudido por el poder médico y político. El poder, por supuesto, utilizado en contra de los más vulnerables.
Pero vayamos a otros ejemplos.
Después de la Segunda Guerra Mundial el DDT, dicloro difenil tricloroetano, se utilizó de forma masiva contra el tifus y la malaria. Todos los científicos y médicos aplaudían por este gran descubrimiento debido a su bajo costo, efectividad y carencia de riesgo aparente. Incluso se lo llamó «sustancia milagrosa». Algunas voces se levantaron en su contra, pero fueron acalladas, hasta que la evidencia sobrepasó a todo el poder médico y científico. Desde convulsiones hasta cáncer. La «sustancia milagrosa» provocaba más muerte que vida. Pero por años el poder de la medicina aplicó este tratamiento en millones de personas.
Como dijo Montagnier, los libros de Historia hoy demuestran la letalidad del DDT.
Vayamos a otro ejemplo, y como este hay cientos.
La talidomida fue un fármaco desarrollado en Alemania y comercializado de 1957 a 1963 como sedante y como calmante de las náuseas durante los tres primeros meses de embarazo (hiperemésis gravídica). Los médicos que recomendaban este medicamento se basaban obviamente en pruebas científicas contundentes sobre sus beneficios. Sin embargo terminó causando miles de casos de malformaciones congénitas, muchos de ellos nacieron sin piernas o brazos. Curiosamente los afectados en España que denunciaron esta situación fueron desestimados por los tribunales y no han recibido ninguna indemnización.
En el caso de las vacunas actuales por algo tenemos que firmar un consentimiento donde no podemos iniciar un litigio contra los laboratorios que las producen.
¿Qué dirán los libros de Historia sobre estas vacunas?
El poder de la medicina en Uruguay
El historiador José Pedro Barrán escribió tres libros sobre el poder médico en Uruguay. Los tres libros son imperdibles. En ellos nos deja en claro que a partir de los primeros años del siglo XX el médico comenzó a ser una figura endiosada.
«El saber siempre se ve tentado por el poder y máxime cuando el saber es prestigioso en la sociedad que lo cultiva. Y el saber médico del Novecientos es doblemente prestigioso, por ser científico pertenece a la categoría de conocimientos irrefutables en el imaginario colectivo, y por tener consecuencias y depender de la conducta de los hombres, convoca al ejercicio abierto y desembozado –iba a escribir desenfadado– del consejo moral, de la propaganda de normas de vidas adecuadas al culto de la salud, el nuevo Dios del hombre secularizado contemporáneo«.
Allí está una de las claves de lo que está pasando hoy. En nuestro imaginario colectivo hemos colocado en lo más alto al saber médico y científico y da la sensación que ambos no pueden ser cuestionados. Sus conocimientos son irrefutables.
«Estas afirmaciones parten de dos supuestos que la ciencia en estado puro –¿existe?– no admitía: que los hallazgos del saber científicos son inalterables por completo y siempre verdaderos, y que son terminantes y precisos, que eluden la zona de los grises y las dudas pues su rotundidad y claridad son absolutas«.
Al colocar el ejemplo de lo que decía la Academia de Ciencias de Francia o lo que expliqué sobre el DDT, queda claro que la ciencia no es neutral y que no es inalterable ni verdadera. Hay intereses detrás y todos tenemos que ser conscientes de ello.
Para Barrán «los sueños de la ciencia pueden ser ingenuos y monstruosos» y es importante tenerlo claro en estos momentos.
«La doble moral (una para el hombre, otra para la mujer) recibió apoyos de la medicina del Novecientos con su insistencia en que la menstruación “descargaba” una vez al mes el deseo sexual de la mujer y nada parecido acontecía en el comportamiento biológico del hombre, un ser invadido siempre por el deseo«.
Además «el discurso médico también alentó con sus argumentos el miedo masculino a los insaciables deseos femeninos que, por otro lado, tranquilizadoramente negaba. El deseo masculino, también insaciable, tenía sin embargo, un quantum preciso de realización porque la producción de semen era finita«.
Aquí vemos cómo la ciencia y el saber médico estaban supeditados a una sociedad patriarcal y machista. ¿Dónde estaba su neutralidad? ¿Esa postura científica cómo afectó a los uruguayos de principio de siglo?
Pongamos un ejemplo más claro: «La medicina del siglo XIX y el Novecientos transformó al pecado católico de la masturbación en horrible atentado contra la salud. De esta manera, el poder de culpabilizar al adolescente pasó del sacerdote al médico…«.
La ciencia argumentando en contra de la masturbación masculina. ¿Lo fundamentó de forma neutral? ¿Qué le decían los padres a sus hijos?
La moralización de la vacunación en Uruguay
La moralización es una forma de violencia psicológica. Con ella se busca imponer un discurso de valores por la vía de la aprobación y reprobación. Es decir, claramente se sustenta en la generación de sentimientos de culpa en los demás y no en la construcción de convicciones éticas.
Eso es lo que está sucediendo hoy con la vacunación en Uruguay y en el mundo. Se instala un discurso, una narrativa, donde se establece que lo bueno es vacunarse y el «malo» es el que decide no hacerlo, más allá de sus argumentos.
Existe una aprobación social manifiesta para aquellos que se vacunan y una desaprobación contundente para aquellos que deciden no hacerlo. Pero ese esquema profundiza un sentimiento vital en nuestra sociedad occidental que es la culpa. Al generarse un componente moral en la vacunación se pretende instalar la culpa para aquellos que no están dispuestos a inocularse.
Podrán argumentar que el MSP no ofrece garantías a mediano y largo plazo con estas vacunas, que son experimentales y no han sido aprobadas por la FDA, que el ministro Salinas sostuvo que se puede desarrollar una reacción hiperinmune al inocularse, que hay casos de trombosis y problemas al corazón, o que el 99.95 % de los habitantes del mundo siguen vivos a pesar de esta brutal pandemia. Podrán decir que en Israel se volvieron a multiplicar los casos a pesar de la vacunación masiva. Pero eso no importa como argumento. La estructura moral establece que no se puede cuestionar la vacunación y que es una cruzada en la que todos los uruguayos tenemos que poner el brazo. El que no lo hace recibe el castigo social de no hacerlo y además un castigo material por no poder asistir a determinados lugares donde se pide el «pase verde».
La ciencia y la medicina, como explicaba Barrán, no puede ser cuestionada. Eso no es ciencia ni medicina, eso es poder. Y el poder, cuando se aplica, necesariamente discrimina al aplicado. Si continuamos en esta línea nos transformaremos en una sociedad de apartheid moral, donde la ética quedará de lado en beneficios de intereses económicos y políticos, no de salud.
¿Qué dirán los libros de Historia sobre eso?
Profesor Rafael Suárez