El secreto del Parque Rodó, por Marcelo Marchese
Nuestro país tiene historias sorprendentes, como la narrada tiempo atrás sobre el Santo Grial. En esta oportunidad Marcelo Marchese nos sorprende con otra historia maravillosa de la ciudad de Montevideo: el secreto del Parque Rodó
El secreto del Parque Rodó, por Marcelo Marchese
Entre el lujoso material que adquirí en una casa antigua de Montevideo, encontré un cuaderno que fue dejado de lado, pues mi prioridad era clasificar la biblioteca, una tarea necesaria para el negocio que además, te lleva a conocer la vida de una persona.
Uno encuentra dedicatorias, encuentra páginas iniciales recortadas, que suelen indicar que hubo un segundo matrimonio, postales y guías de viaje, entradas para partidos de fútbol y festivales, boletos de tranvía capicúa, nidos de cabellos, tréboles de cuatro hojas, flores marchitas, billetes antiguos, cartas, en ocasiones, bien importantes, fotografías, como una del Che Guevara que caminaba entre los pinos con Eduardo Víctor Haedo, documentos históricos, como el original entregado por los tupamaros a Sir Geofrey Jackson, o un bando de Artigas, firmado como Brigadier de la Nación Argentina, o el registro de un manicomio sobre la internación de un músico, para muchos, el mejor, por consumo de antitusígenos, donde ante la pregunta de “¿Por qué había consumido drogas?”, contesta “Para componer”, y debajo impacta su firma a sólo nombre, o comprometedoras fotografías de mujeres, u hombres, desnudos y en suma, indicios que permiten reconstruir obra y orientación filosófica de alguien que ya no está, cosa que a uno le hace pensar en su propia vida, y de todo esto resultó que me encontraba frente a un alquimista, lo que me llevó a recordar aquel cuaderno.
Con la misma emoción que un antropólogo debe sentir al encontrar una punta de flecha, leí un manuscrito inusual para nuestra literatura, por lo que me sentí en la obligación de devolverlo a sus propietarios, mas no hallé la casa antigua, sea porque el tiempo transcurrido alteró mi memoria, sea por alguna otra causa desconocida. Volví un par de ocasiones con la vana esperanza de interrogar a los dueños acerca del creador de la biblioteca.
Decido entonces dar a conocer el manuscrito.
“Camino por el Parque en la noche cuando el viento agita los árboles. Un farol oscila y proyecta una sombra que se agazapa y salta. Veo una figura al otro lado del lago. Me acerco. Encuentro una sombra que tiene una ballesta.
Despierto al día. Vivo frente al Parque y sé que la figura de la ballesta es Guillermo Tell, cuyo monumento se encuentra delante del Castillo, frente al lago y mirando a Montevideo. Guillermo Tell es una figura piramidal, eleva la mano portando una flecha que señala al cielo, como el Bautista de Leonardo, y a sus pies, el hijo sostiene otra flecha.
¿Quién y con qué propósito erigió ese monumento en el lugar central del Parque Rodó?
Crucé Gonzalo Ramírez hacia el Parque. Al pie de la estatua, se informa que la embajada suiza le rinde homenaje al héroe de su independencia. Le fueron sustraídas dos chapas de bronce.
Me aboco a leer sobre el proceso de independencia suizo, que enarbola las consignas de igualdad, libertad y fraternidad que alentaron las revoluciones contra la realeza impulsadas, pergeñadas, por la masonería.
En un libro del XVIII, encuentro la siguiente historia:
“Guillermo Tell, cierto día en que cruzaba la Plaza Mayor de Altdorf con su hijo, elude cumplir un mandato según el cual, debía inclinarse todo aquel que pasara frente a un sombrero que representaba al Emperador de la Casa de Habsburgo.
El gobernador, que sabe de la fama de Tell como ballestero, lo obliga a dispararle a una manzana colocada sobre la cabeza del hijo, situado a cien pasos de distancia. En vano Guillermo Tell pide que no se lleve a cabo el desafío. El gobernador contesta que si da a la manzana, nada debe temer, pero si falla, morirá en el acto.
Como se ve, la virtud radica en un tiro eficaz, lo que debe reunir razón y habilidad.
Guillermo Tell coloca dos flechas en su ballesta y acierta el disparo. El gobernador lo felicita, pero pregunta a razón de qué colocó la segunda flecha, y contesta que si su hijo fuera herido, la segunda flecha iría al corazón del gobernador despiadado.
Tell es condenado a la cárcel en el castillo de Küssnacht, para lo que deben atravesar el Lago de los Cuatro Cantones, mas una tormenta los sorprende y antes de naufragar, los marinos liberan a Tell para que los deje sanos y salvos y apenas toca tierra, huye al monte, siendo perseguido por el gobernador que será ajusticiado por el prófugo en una emboscada, dando inicio a la independencia suiza”.
Me encuentro en el Parque. A un lado y otro del camino hacia el Patio Andaluz, treinta y dos palmeras y dentro del patio, la número treinta y tres. Una dama extremadamente blanca me toma del brazo y conduce, sin decir palabra, junto a Guillermo Tell, cuyo monumento se encuentra delante del Castillo, frente al lago y mirando a Montevideo. Guillermo Tell es una figura piramidal, eleva la mano portando una flecha que señala al cielo, como el Bautista de Leonardo, y a sus pies, el hijo sostiene otra flecha. Giro el rostro y ya no encuentro a la dama blanca.
Despierto al día. Me siento inquieto, con esa inquietud del hombre que no comprende. Repaso el sueño y siento que la angustia me sube a la garganta cuando pienso en el hijo del ballestero, sacrificado en aras de los ideales del padre, tal cual Abraham e Isaac, tal cual Jehová y Jesucristo, nuestro hermano mayor.
¿Qué sentido tiene este culto? ¿Qué ideales son esos que deben prevalecer sobre nuestros hijos? Pienso en la manzana de Adán y Eva, pienso en la manzana dorada del Jardín de las Hespérides, pienso en la manzana de la bruja de Blancanieves.
Es la manzana que contiene la estrella de los deseos. En el tiempo del Poder, el hijo sucumbe al padre.
Me encuentro en el parque en noche de tormenta, como la noche en que la proa del navío de Guillermo Tell rompe las aguas del Lago de los Cuatro Cantones, rumbo a la cárcel en el Castillo de Küssnacht. Voy como imantado hacia el lago, que es un lago artificial.
Un jardín que racionaliza la Naturaleza.
He aquí la mano del hombre que diseña con escuadra y compás.
Pienso esto, y del otro lado del lago, Guillermo Tell me dispara una flecha.
Despierto al día. Siento una quemazón en el pecho. Bebo agua. El dolor disminuye. Cruzo al Parque, recorro sus fuentes y llego al final del Parque, a un lugar que no condice: las canteras.
¿Por qué mis pasos me traen aquí? ¿Por qué este lago y esa cascada y por qué lo protegen aloes? ¿Quién hizo estas canteras? Voy a la librería y reviso obras, pues tengo una profusa sección sobre la ciudad de Montevideo, la capital más austral del planeta.
La primera playa fue la Playa Ramírez, la misma Playa Ramírez donde se lleva a cabo el culto a Yemanjá. Los terrenos anejos a la playa, los poseyó Francisco Piria.
Las piedras de aquellas canteras, fueron cimientos y paredes de casas montevideanas, como si un alquimista extrajera piedras volcánicas, un vínculo directo con las fuerzas ctónicas de las profundidades, para distribuirlas por la ciudad.
Mas la obra de Piria fue interrumpida, pues el Estado expropió las canteras para añadirlas al Cuento del Parque Rodó, y fue pensar esto, y volvió la quemazón al pecho. En la noche, el dolor inquieta al sueño. Dormí revuelto en las sábanas.
Me encuentro en el Parque. A un lado y otro del camino hacia el Patio Andaluz, treinta y dos palmeras y dentro del patio, la número treinta y tres. La dama blanca me toma del brazo y me conduce hacia un árbol raro que se encuentra mirando al suroeste, a treinta y tres metros del Patio. Hace un tajo en la corteza de la que mana una sabia espesa y roja y me la aplica al pecho. Siento calma. Se lo quiero agradecer y sella mis labios con el índice.
Despierto al día. El dolor ha huido. Las sábanas, siempre revueltas, están ahora alisadas. Cruzo el Parque, cruzo las canteras y me dirijo a las rocas de Punta Carretas. Delante, debajo del Monumento al Holocausto, me encuentro con cuatro petroglifos: una cabeza, una cruz, un espiral, un pez o virgen o concha.
Si avanzo al este, hallo seis torres que, colocadas de forma equidistante, forman un círculo con una piedra al centro. Fuera del círculo, hacia el sureste, se forma un camino que lleva al muelle Fabini, que tiene al lado otro muelle. Es fama que el Muelle Fabini es buen pesquero, pero que es malo el que se adentra en el mar. Las torres en círculo fueron construidas con argamasa antigua, como la argamasa en el puente levadizo de la Colonia del Sacramento, y las rocas de la rambla, son erupciones volcánicas, un vínculo directo con las fuerzas ctónicas de las profundidades.
Estoy en las arcadas que se encuentran al pie del Castillo. Se viene cual niebla la dama blanca que me toma del brazo y me lleva a un álamo negro, la mano de un gigante que emerge de la tierra. Lo trepo. Hay una hueco, en el hueco, un texto:
“No hay Iglesia ni cofradía sin lucha de escuelas, pues los guerreros no luchan para vencer, sino para que se manifieste el espíritu de la lucha. Todo ser en la tierra obedece a fuerzas superiores, ya sean fuerzas celestiales o del inframundo.
Un hombre fue segregado de una cofradía, y perseguido, y difamado. Fundó barrios, fundó una ciudad. Estableció en los hogares un vínculo directo con las fuerzas ctónicas de las profundidades.
Por donde hizo conjuros, se hicieron contraconjuros. Una pesadez sobrevuela la ciudad que creó, y una pesadez ha caído sobre su nombre, el verdadero fundador de tu Ciudad”
Desperté al día un día de sol con la algarabía de pájaros, y una vez mas me pregunto ¿qué son los pájaros?
Vivo frente al Parque y sé que la figura de la ballesta es Guillermo Tell, cuyo monumento se encuentra delante del Castillo, frente al lago y mirando a Montevideo. Guillermo Tell es una figura piramidal, eleva la mano portando una flecha que señala al cielo, como el Bautista de Leonardo, y a sus pies, el hijo sostiene otra flecha, la flecha del sacrificio.
¿Quién sacrifica qué? ¿Qué racionaliza la Naturaleza y hace lagos artificiales con el agua de la vida? Camino debajo de los árboles, manos de gigantes que surgen de la tierra. A un lado y otro del camino hacia el Patio Andaluz, treinta y dos palmeras y dentro del patio, la número treinta y tres. Mirando al suroeste, a treinta y tres metros del patio, el árbol de sabia espesa y roja que cicatriza. Una dama blanca me dice que es un árbol mágico llamado “Sangre de Drago”. Con su sabia, se barnizaron los stradivarius. Elevo la vista. Su copa es extraña. Bajo la vista. La dama blanca ya no se encuentra a mi lado.
Se fue con tal suavidad que no oí sus pasos”.
Así decía la historia que hube de leer en el cuaderno de autor desconocido. Tiempo después, me mudé, y tiempo después, me mudé y el cuaderno, perdido fue, por lo que hube de contar la historia buceando en las aguas de la memoria. Creo haber sido un cronista fiel, que os recuerda que no hay Iglesia ni cofradía sin lucha de escuelas, pues los guerreros no luchan para vencer, sino para que se manifieste el espíritu de la lucha. Todo ser en la tierra obedece a fuerzas superiores, ya sean fuerzas celestiales o del inframundo, mas deseo, como corolario, agregar algo mío.
Uno siente, ante figuras del pasado, una cercanía tal, que lo asaltan preguntas acerca de vidas pasadas.
El poeta Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī, al morir su padre, recibe enseñanzas de un amigo del padre, llamado Sayyid Burjanedid de Balkh, que le enseña por nueve años los secretos de la magia sufí, al término de lo cual, le dice:
“Ya estás preparado, hijo mío. No tienes igual en ninguna de las ramas del aprendizaje. Te has convertido en un león del conocimiento. Yo también soy un león y no es necesario que los dos estemos acá, por eso quiero marcharme. Mas aún, un gran amigo vendrá a ti y serán cada uno el espejo del otro. Él te guiará hacia las partes más profundas del mundo espiritual, y tú le guiarás a él. Cada uno de ustedes complementará al otro, y serán los mejores amigos del mundo.”
De esta manera, Sayyid le profetiza a Rumi, el acontecimiento crucial de su vida, el encuentro con Shams-e-Tabrizi, un sufí errante, muy poderoso y rodeado de misterio.
A medida que la amistad crecía, el odio y la envidia hacia Shams por parte de los discípulos de Rumi arreciaba, y la noche del cinco de diciembre de mil doscientos cuarenta y ocho, mientras Rumi y Shams conversaban, Shams fue llamado a la puerta. Ésta fue la última vez que Rumi lo vería.
Rumi se aboca a encontrar a su amigo, por lo que viaja a ciudades lejanas, hasta que encuentra la Verdad, que deja escrita de esta manera, y de su mano, nos despedimos del lector:
“¿Por qué debo buscarlo? Soy el mismo, soy como él
Su esencia habla a través de mí
¡Me he estado buscando!”