El Tren, por Marcelo Marchese

El Tren, por Marcelo Marchese
El Tren, por Marcelo Marchese (Imagen: La Diaria)

En una nueva columna de opinión de Marcelo Marchese aborda un tema sustancial en el acontecer político y social de nuestro país: el tren. La lectura de este artículo es ineludible!

EL TREN 

En el siglo XIX Inglaterra exportó los ferrocarriles para apoderarse de las materias primas de los países que dominaba, y al mismo tiempo, para vender sus mercaderías entre las que se encontraban… las vías de acero de los ferrocarriles.

El ferrocarril que en un principio fue una sociedad de capitales nacionales, pronto pasó a ser propiedad del capital inglés y las diferentes compañías se unieron en un monopolio que determinaba el precio del transporte de la carne, lana y granos a Montevideo, desplazando a las carretas y diligencias.

Esta política de precios incidía en qué se producía y qué no, por lo que el cultivo de maíz, se redujo. La leche podía viajar sólo de noche y no en verano.

El gobierno le aseguraba un beneficio base al inversor extranjero en función de los kilómetros de línea construidos, lo que llevó a una extensión innecesaria en el tendido que encareció los costos de nuestra producción por todo un siglo. 

Si el capital extranjero en competencia con el capital nacional maneja un sistema de transporte crucial, o maneja el puerto por donde entra y sale toda la producción, el capital extranjero domina y acapara al capital nacional.

Tras el fin de la segunda guerra, Inglaterra tenía una fuerte deuda con Uruguay (la deuda externa era al revés) pues le habíamos proveído de carne para sus soldados en su guerra imperialista. Resulta que Inglaterra no se sentía con ánimos de pagar la deuda, pero sí se sentía con ánimos de sacarse de encima un ferrocarril cochambroso.

El ferrocarril le permitía al País llevar al puerto su producción y al mismo tiempo, conectaba las poblaciones rurales por un sistema de transporte lento, pero comparativamente barato. Esto duró hasta la vuelta a la democracia en que Sanguinetti lo liquidó.

En noviembre del 2017, al publicarse el contrato negociado en secreto entre el gobierno y UPM, nos enteramos que debemos construir a nuestro costo una vía de ferrocarril que irá desde la planta de UPM en Pueblo Centenario hasta el puerto de UPM en Montevideo. Como la velocidad del tren se reduce al ingresar al puerto, hubimos de construir un viaducto en la rambla portuaria.

A todas las personas cuyas vidas transcurren en contacto con esas vías, les ha caído encima un infierno para el beneficio de una trasnacional que no le deja ganancias al País.

En un principio los costos, sobre todo a causa de los intereses de la deuda contraída para hacerle las vías a UPM, se calculaban en 2200 millones de dólares, pero una serie de cálculos erróneos elevaron sustancialmente esa cifra, y habida cuenta que algunos costos no son de dominio público, no se puede dar un número exacto, pero no estaremos lejos si decimos que nos costarán 3500 millones de dólares, pues deben contarse las expropiaciones mal calculadas, los terrenos que se anegaban y lo peor de todo, el ensanche de las rutas para cumplir con UPM ya que las vías no estuvieron prontas en el tiempo establecido.

¿Cuántos millones o miles de millones nos costó ese ensanche de rutas?

UPM tendrá prioridad en el uso de la vía las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año. Por allí le entrarán los productos químicos y de allí saldrá la pasta de celulosa. Con el tiempo, extenderán las vías para que circule el hidrógeno verde, ya que el cometido del ferrocarril es convertirse en un monstruo de hierro que asegure el funcionamiento de una bomba succionadora de riqueza nacional. 

En el centro del País hay una planta que no paga impuestos, que devora y contamina toneladas de agua gratis, que nos vende su electricidad producida con basura y que maneja 466.000 hectáreas e influye en muchas más. Es un pulpo que precisa millones de tentáculos.

Esos tentáculos son los eucaliptus.

El negocio de UPM es transformar el agua y los nutrientes de la tierra en pasta de celulosa.

Sin embargo, en lo dicho, hay una falacia: el verdadero negocio de UPM no es ese, es otro, y este negocio que vemos, sólo es su andamiaje.

Esa vía que es del Estado, se convierte en vía de UPM violando toda ley. Es como si te dijeran que por esa vereda no podés caminar, que ya no existe el sagrado principio de la igualdad ante la ley.

No pagan impuestos. Usan los recursos del Estado para lo que nos endeudan. No aportan nada y nos obligan a comprarles. Pueden diseñar programas de estudio en nuestras Universidades Tecnológicas. Ingresan a nuestras escuelas a inficionar su ideología a niños indefensos. Pueden acusarnos en tribunales extranacionales. Nos impiden legislar en ningún área que afecte su feudo. 

Y agréguese que todo esto fue obtenido mediante el secreto.

Los accionistas que determinan la política de UPM, los fondos de inversión, que a su vez son los accionistas que determinan la política de todas las demás trasnacionales, tiene planes muy precisos.

El interés por parte de estos fondos de inversión por apoderarse de los recursos naturales, la energía y los rubros cruciales de la economía, está fuera de dudas.

El asunto es que para lograr esto es necesario que la gente del País deje que los fondos de inversión definan su política. 

Tenemos entonces que formalmente somos independientes, pero que en realidad no somos independientes. Si logran estos privilegios mediante el secreto, el secreto se transforma en costumbre, y esa costumbre lleva una idea encerrada como una serpiente en su huevo: “el pueblo no puede tomar las mejores decisiones”.

Así que el plan es apropiarse de riquezas y destruir nuestra soberanía, lo que incluye destruir al Estado, e imponer una forma de pensar que lleve a justificar la invasión.

Sin imponer esa forma de pensar la invasión no es posible. Imponer una forma de pensar es la llave que abre la puerta de la invasión.

El viejo ferrocarril, por sus costos, determinaba qué se producía, pero unía los poblados, ya que incluía un servicio de pasajeros. Si se llegara a instalar un servicio de pasajeros en el nuevo tren, sólo será testimonial y con fines demagógicos. No es la idea unir poblados. La idea es matar al campo y liquidar nuestra cultural rural para apoderarse de nuestra tierra. 

El nuevo ferrocarril no ha perdido ninguna de las mañas del viejo ferrocarril, pero no ha mantenido sus virtudes. Su función es asegurar el negocio de la celulosa, por lo que el eucalipto seguirá desplazando a la producción de alimentos y a los que producen alimentos. En esas toneladas de pasta de celulosa que salen del puerto de Montevideo (que salen del puerto de UPM) rumbo a Europa para convertirse en papel higiénico que terminará en los caños maestros de China, se va el agua y la riqueza de nuestra tierra, pero como la nada no existe, si uno saca algo, deja algo.

Todos esos nutrientes y toda esa agua se transforman en un veneno inyectado en las venas de nuestra democracia.

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