Cuentos de Verano por Luis Albornoz: Etcétera

Cuentos de Verano por Luis Albornoz: Etcétera
Cuentos de Verano por Luis Albornoz: Etcétera

En esta sección de Cuentos de Verano por Luis Albornoz les presentamos el relato titulado Etcétera, ideal para leerlo en unos minutos en alguna de nuestras playas sintiendo el calor de la arena o entre las rocas recordando las promesas incumplidas

Etcétera.

En el Bachillerato nos cruzamos las promesas más eternas, es decir, las incumplidas. Luego, para bien o para mal, la vida nos separó y por tanto tiempo, que ya casi era un recuerdo borroso, de algo que uno ya empieza a dudar, de que hubiese alguna vez ocurrido. Mucho tiempo después, cuando el conjunto organizado de mis fracasos, me equilibraba la vida, la volví a encontrar en la Peatonal.

A ella siempre le gustó jugar de mano: “No te puedo creer, estás igual pero a la vez cambiado, tanto tiempo pero parece que fue ayer, mirame, hice un curso de Osho y otro de Isha y ya ves, estoy refresh, súper cool, te paso el cel y nos hablamos, dale, no te pierdas”. Todo tipo tsumani, sin parpadear y casi, sin respirar. Podría haber sonado alguna alarma, pero no sonó. Creo que es como cuando uno quiere que pase algo y la realidad le da mil señales que no pasa y una sola que parece que sí. Y uno va y se prende de esa una, que es la que representa a la ilusión. Con esa ilusión entonces, pareció que el partido se podía dar vuelta.  

Dejé pasar unos días y lo consulté con el Oráculo de Delfos, que estaba acodado en el Caburé. El Oráculo escuchó en silencio la breve reseña, porque no había mucho más para contar, fuera del pasado remoto y el tsunami verbal presente. Apuró el resto del tinto que usaba para sus profecías, hizo una pausa eterna con los ojos semi-cerrados y sentenció: “tirate que hay pastito”. Animado por ese juicio apodíctico, pensé que los astros estaban alineados y que nada podía salir mal. Así, que sólo faltaba tomar el bendito celular y como había sido propuesto, combinar un encuentro, esta vez, en un bar a la vuelta del Solís. Y así fue, como estaba marcado por el destino, quien podría dudarlo.

Ella, que siempre le gustó jugar de mano, volvió a tomar el arranque: “Qué fantástico, lo que nos está pasando, no sabes, estaba tan excitada que resolví contarlo en el grupo de amigas que te conté, las Osho-Isha girls, te imaginás, quedaron todas encantadas, tutti frutti”. La verdad, no me imaginaba mucho, pero a mí me sonó en ese momento, como un penal a favor y en la hora. Pero la mano aún no había terminado: “Qué divina es la amistad, ¿no?, porque es eterna, para toda la vida, fijate lo que nos pasa, que maravilla que es, por la contención, los lazos que el tiempo no borra, etcétera, etcétera”.

Yo creo que ya no estaba escuchando, es más, ni siquiera estaba ahí. Por eso la mano cedió la posta: “Pero que te pasa, ¿en que estás pensando?”. En el truco, así como el mano abre, es el pie el que remata. Y entonces, con el penal errado y ya con la mezcla de juego y de ruleta, del que tira el último centro a la olla, le dije: “En lo de etcétera”.

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