Los lunáticos de Gerardo Sotelo: de la censura hacia la purga institucionalizada?

Los lunáticos de Gerardo Sotelo: de la censura hacia la purga institucionalizada?
Los lunáticos de Gerardo Sotelo: de la censura hacia la purga institucionalizada? (Foto: El País)

El Profesor Rafael Suárez aborda el tema de la censura en esta nueva columna de opinión, considerando las declaraciones del periodista Gabriel Pereyra y la respuesta del responsable de los medios estatales. Los lunáticos de Gerardo Sotelo: de la censura hacia la purga institucionalizada?

Los lunáticos de Gerardo Sotelo: de la censura hacia la purga institucionalizada? Por Rafael Suárez

A fines de 1998 y principios de 1999 me ofrecieron realizar una pasantía en el matutino La Mañana. Como ya había escrito mi primer libro y además cursaba algunas materias en la Facultad de Ciencias de la Comunicación consideré que la experiencia de trabajar por un tiempo en un medio de comunicación nacional podría resultarme muy útil.

Y lo fue, sin lugar a dudas.

Estuve en el equipo de redacción un tiempo breve. Presenté renuncia cuando rompí mi ingenuidad respecto a lo que sucedía con los medios en Uruguay. Gracias a esa pasantía más de 20 años atrás recibí varias lecciones tremendamente importantes.

  • La censura dentro de los propios medios de comunicación de Uruguay existe. Uno de mis artículos fue censurado luego de que el diario y una empresa llegaran a un acuerdo por publicidad. No es lo mismo que el Estado censure que el mismo medio lo haga. Hay matices considerables.
  • La censura puede derivar en la mayoría de los casos en la autocensura. El periodista sabe que está en juego su sustento económico y lentamente se sumerge en redacciones que en general no se apartan de la línea editorial, salvo excepciones, por supuesto.
  • Los medios de comunicación operan políticamente. No existe la prensa neutra. Recuerdo en ese entonces una editorial de La Mañana con el siguiente título: Hitler más Stalin igual Tabaré Vázquez (quien era el vigente intendente de Montevideo). También estaba muy presente en mi mente una publicación años atrás del diario El País sobre el caso Berríos (mientras su cuerpo apareció entre las arenas de una playa de Canelones, el matutino colocaba una foto de él en París leyendo el periódico uruguayo). Como también en esos momentos se produjeron ataques constantes de La República contra Tabaré Hackenbruch, quien fuera tres veces intendente de Canelones hasta la llegada de Marcos Carámbula (FA).

Esas tres lecciones siguen más vigentes que nunca.

La editorial del periodista Gabriel Pereyra hace unos días en Búsqueda así lo evidencia. En ella destaca que aplicó una «censura despiadada» hacia las voces discordantes respecto a la emergencia sanitaria.

Ya nos hemos referido a su arrepentimiento, tardío, pero válido por la valentía que implica reconocerse como un censurador y aclarar que la censura, en este tema al menos, es generalizada.

Pero ahora es momento de hacer mención a otra editorial, esta vez desde el centro mismo del Estado. Bajo el título El periodismo y los negacionistas, Gerardo Sotelo, Presidente del SeCAN, toma una postura contundente a favor de la censura.

Vale la consideración, es más, es fundamental destacarla, que quien toma una postura contundente a favor de la censura lo hace desde un cargo del Estado y apelando a la protección de todos los uruguayos en no ser desinformados. Parecería que 1 de cada 7 uruguayos que no se vacunaron son ciudadanos de segunda categoría y además, al parecer, no pagan impuestos, ya que para él no merecen tener voz en los medios públicos nacionales.

En el último párrafo lo expresa con claridad meridiana: «En todo caso, la oportunidad es propicia para reafirmar el compromiso del periodismo con la búsqueda de la verdad y con el público. Es para ellos que relevamos hechos y cotejamos datos; no para quedar bien con las autoridades sanitarias ni con la academia«.

Gerardo Sotelo coloca al rol del periodista en «reafirmar el compromiso con la verdad y con el público», como si quienes discrepan con la visión oficial de la emergencia sanitaria mintieran adrede y no fueran parte de la opinión pública. Si en realidad la función del periodista no es quedar bien con las autoridades sanitarias ni con la academia, ¿por qué no consideran otras voces?, ¿por qué no investigan en profundidad los motivos por los cuales infinidad de personas, científicos, incluidos premios Nobel, y políticos del todo el mundo fundamentan otra lectura de lo que está sucediendo?

Y en ese momento, en el punto donde Sotelo puede dar el paso de reconocer el daño provocado por la censura, la justifica alcanzando las profundidades de un abismo doloroso para el lugar que ocupa: «Tampoco para practicar la indulgencia con los lunáticos, cuyo aparente desinterés y su autoproclamado altruismo pueden esconder las motivaciones más mezquinas, los procedimientos más retorcidos y las peores consecuencias«.

El rol del periodismo es moral para Sotelo, y él se coloca como el juez -o el dios-, que decide si el gobierno puede practicar indulgencia a quienes piensan distinto. Así los llama «lunáticos», «mezquinos» y «retorcidos».

No es la primera vez que desde un gobierno se llama «lunáticos» a los que piensan distinto. Hay infinidad de casos para desarrollar. Pero en este espacio me gustaría recordar uno: los denominados «asilos de lunáticos». Quizá algún lector recuerde su origen y procedencia. No estamos hablando de nuestro país, estamos haciendo referencia a la Unión Soviética entre 1964 y 1982, bajo la batuta de Breznev.

El psiquiatra ruso Andréi Snezhnevski fue uno de los pioneros en impulsar el diagnóstico «esquizofrenia lentamente progresiva» para aquellos que pensaban distinto al gobierno o eran considerados enemigos de la revolución. Según el especialista «muy frecuentemente, ideas acerca de luchar por la verdad y la justicia se forman en la mente de personalidades con una estructura paranoica».

Así comenzaron a multiplicarse en el gobierno de Breznev los «asilos de lunáticos» o los también llamados «manicomios de la muerte». La purga estalinista de la desaparición física o el exilio daba paso a una herramienta más sofisticada: la locura.

Cuando Sotelo decide llamar a los personas que presentan una visión contraria a la suya como lunáticos y realza además que no puede haber indulgencia con ellos, está dando un paso hacia adelante en la censura institucionalizada y deja abierta una purga latente. Si desde el corazón de los medios públicos, donde además todos sabemos lo vital que es el Estado para los medios privados de comunicación por los recursos publicitarios, se lanza un mensaje tan brutal y despiadado sobre la validez de la censura, argumentando que no debe existir indulgencia alguna para los lunáticos «negacionistas», qué periodista tendrá la valentía de dar voz a esa mirada distinta sin temor a caer en una purga del presidente del SeCAN.

Cuántos otros que pueden sentirse arrepentidos al igual que Gabriel Pereyra tendrán el valor de hacerle frente a la censura y a la posible purga institucionalizada desde el poder de los medios públicos?

Cuántos periodistas decidirán mantenerse dentro de los parámetros de la autocensura, bajo el fundamento que si brindan un espacio de voz a quien piensa distinto es darle voz a un «lunático» según palabras propias de Gerardo Sotelo, una autoridad gubernamental?

Y lo que en un futuro resulta más grave. Hoy la censura se justifica en los «supuestos negacionistas», ¿pero y en el futuro? ¿Tendrá la censura nuevas justificaciones?

Las lecciones aprendidas en mi pasantía en el diario La Mañana siguen más vigentes que nunca: la censura dentro de los medios continúa existiendo, la autocensura también, y cada vez es más claro que los medios son operadores políticos y se encuentran alineados a determinados grupos de poder.

Pero una cosa es que se opere desde un espacio privado y otra es que quien lo haga sea a través del Estado. El ejemplo de la Unión Soviética de Breznev nos marca una pauta de hasta dónde se puede llegar cuando la ética democrática es violentada sistemáticamente desde el lugar donde supuestamente se deben proteger las garantías a los habitantes. Dónde quedan entonces los derechos consagrados en nuestra Constitución como el de libertad de expresión o libertad de pensamiento? Es Gerardo Sotelo quien decide el destino de esos derechos? Es Gerardo Sotelo quien define qué se expresa o qué se piensa? O mejor dicho, ¿es el Estado o el gobierno quiénes deciden qué decimos y qué pensamos?

Si es así, comenzamos a transitar en un hielo muy fino, cada vez más retorcido con botas de hierro.

Profesor Rafael Suárez

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