Machismo y racismo en la política uruguaya!

Las elecciones internas 2019 nos dieron varias lecciones de lo que ocurre a nivel de la política partidaria en Uruguay. Pero ahora queremos centrarnos en una. Otra vez queda en evidencia la presencia del machismo y racismo en la política uruguaya
Entre programas y proclamaciones de los candidatos de turno de los partidos políticos muchas veces nos olvidamos de temas más profundos y estructurales. En este caso nos estamos olvidando de la fuerte presencia del machismo y racismo en la política uruguaya. Hoy, 3 de julio, a 92 años del primer voto de una mujer en Uruguay y en el mes de la Afrodescendencia, decidimos escribir estas líneas.
No es un tema menor. También evidencia lo que es la sociedad uruguaya. No solo los partidos políticos son responsables de esta situación histórica, también lo somos nosotros, los ciudadanos de a pie. Ya sea por indiferencia o por creencia, nos estamos dando el lujo de continuar reproduciendo una injusticia elección tras elección.
Algunos se preocupan por las pujas dentro del Partido Nacional con la aparición de Sartori en calidad de paracaidista, otros se interrogan sobre las verdaderas posibilidades del Frente Amplio de ganar su cuarto gobierno, como también varios prestaron atención a que con la derrota de Sanguinetti una forma de hacer política llegó a su fin en Uruguay, mientras muchos, también, se cuestionan sobre la propuesta de Cabildo Abierto, muy pocos han puesto el grito en el cielo acerca de la continuidad del machismo y racismo en la política uruguaya.
Para qué continuamos reproduciendo machismo y racismo en la política uruguaya?
Es una interrogante medular para nuestra estructura social. Tenemos que empezar a reflexionar sobre el sentido que nos otorga «segregar» a las mujeres y a la población negra a la hora de tomar decisiones de Estado.
Según Aristóteles «el hombre es un animal político». A lo largo de la historia la política ha sido un reducto casi inexpugnable de los hombres, salvo excepciones, por supuesto. Desde el advenimiento de las democracias modernas el voto universal fue masculino. Llevó años y muchas luchas el acceso de la mujer como ciudadana con derechos plenos. En nuestro país el primer voto de una mujer fue exactamente hace 92 años, el 3 de julio de 1927, en Cerro Chato.
Otra cosa diferente al voto es la posibilidad de ser electa. La primera mujer senadora en América Latina fue uruguaya. Sí. Julia Arévalo llegó al Senado de nuestro país en 1947. Pero hubo que esperar varios años más para ver a la primera mujer presidenta en América. La primera mujer latinoamericana elegida presidenta en las urnas fue la nicaragüense Violeta Barrios de Chamorro en 1990, al final de la Guerra Fría. En ese entonces el Maestro Tabárez dirigió a Uruguay en el Mundial de Italia (simplemente para ayudarnos a comprender un poco la dimensión temporal).
Dejando de lado el recorrido histórico de la mujer en la política, es claro que el género femenino sigue siendo rehén de un proceso lento y desigual. En estas elecciones internas solamente una mujer se presentó como pre candidata: Carolina Cosse. En las elecciones pasadas también hubo una solamente: Contanza Moreira.
Es cierto que Lacalle Pou tomó la rápida determinación de presentar a Beatriz Argimón como candidata a la vicepresidencia y ahora el Frente Amplio se puso en el «problema» de elegir a una mujer para secundar a Daniel Martínez. Pero más que una decisión política o de Estado parece una decisión de adorno o maquillada.
En las profundidades de nuestra sensibilidad la visión machista predomina en política. La necesidad de colocar a una mujer en la fórmula presidencial parece más una moda pasajera que el producto de un proceso de conciencia de que quien debe dirigir al país es la persona mejor capacitada y formada, independientemente de su género.

Ante este tweet de Lacalle Pou la periodista malvinense, Luisina Ríos, se preguntaba lo siguiente: «Tanto en el Frente Amplio como en el Partido Nacional buscan mujeres que «cumplan con los requisitos» para la vicepresidencia. Lo quéééé. Y ustedes, prohombres de la patria, ¿los cumplen?»
Es claro que la visión machista de la política uruguaya se mantiene. Es cierto que se ha intentado, a fórceps, mejorar los patrones de participación política de la mujer, como el establecimiento de una cuota femenina en el parlamento. Pero no deja de esconder que la mujer en los hechos accede menos a las tomas de decisiones en nuestro país que los hombres.
Racismo en la política uruguaya?
En el caso del racismo ya no entran en juego ni las apariencias. Lo primero que tenemos que decir es que hay racismo en Uruguay. Lo segundo es que ese racismo queda claro también en la política y en los partidos políticos uruguayos.
En nuestro país la población negra ronda entre el 8 y el 10 % del total. Si tomamos como ejemplo la Cámara de Diputados que cuenta con 99 miembros, al menos 8 o 9 podrían ser de origen negro, verdad?. Pero los hay?
Edgardo Ortuño fue el primer legislador afrodescendiente (aunque afrodescendientes somos todos desde el punto de vista antropológico) de nuestro país, hace apenas 20 años. Fue electo diputado suplente para la legislatura 2000-2005, y diputado titular en 2005.
El primer diputado afrouruguayo asumió recién a principios del siglo XXI. Y en el Senado? Nada en toda nuestra historia. Algún ministro, quizás?
Pero qué pasa cuando se combina el género femenino y la afrodescendencia?
Gloria Rodríguez fue la primer mujer negra en alcanzar la Cámara de Diputados en nuestro país recién en el 2014. Sí, en las elecciones pasadas apenas.
Sin dudas que el machismo y el racismo en general y en la política en particular, está presente, lo que indica que en la sociedad uruguaya se atraviesan ambos moldes de discriminación.
Hay un número que rompe los ojos para entender el machismo y racismo en la política uruguaya. En las elecciones internas pasadas (30 de junio de 2019) se presentaron 28 pre candidatos en un total de 15 partidos políticos. 28 personas. Reitero, 28 personas. De esos 28 precandidatos hubo una sola mujer y nadie de la población negra.
Qué nos indica ese dato? La respuesta es obvia. Pero, ¿hasta cuándo?
Prof. Rafael Suárez