Machupichu era un caprichu, nuevo relato de Luis Albornoz
Estamos en el último mes de verano en Uruguay y como era de esperar compartimos un nuevo relato de Luis Albornoz: Machupichu era un caprichu
Machupichu era un caprichu.
Hubo un tiempo, en el que como casi todos, quise ir a Machu Pichu. Todavía no cumplía 20 años y tenía algo así como 200 dólares (hoy no es nada, me refiero a los dólares, pero entonces era una fortuna). Junto con dos amigotes, con un nivel etario, económico y de delirio similar, habíamos conseguido que nos llevaran gratis en un camión de carga hasta Baurú (Estado de Sao Paulo). Allí abordamos un tren de carga y de algunos pasajeros, llamado el “Trem do Pantanal”, que llegaba hasta Campo Grande (capital del Estado del Mato Grosso del Sur) y seguía atravesando todo el Mato Grosso hasta Corumbá, en la frontera con Bolivia. Cruzamos hasta Puerto Suaréz y abordamos otro tren al que le decían el “Tren de la Muerte”, del que recuerdo que viajamos durante varios días, casi a paso peatón, gente y animales de todo tipo, (tanto gente como animales, todos juntos). Ese tren llegaba hasta Santa Cruz de la Sierra, proseguía hasta Cochabamba y allí, empezaba a subir al Altiplano, hasta La Paz.
Fue en ese viaje, que para no apunarnos y para tener energía, empezamos a masticar hojas de coca, durante todo el día. Las hojas de coca tenían una ventaja adicional: sacaban el hambre. Sea por el cansancio, por no comer y perder varios kilos, o por influencia de los ancestros aymará de Tiwanaku, en ocasión de estar en un Hostal tomando unas chichas mezcladas con alcohol de dudosa procedencia, se produjo una discusión entre mis amigotes. No recuerdo el motivo, por lo que supongo que debió ser algo bastante trivial. No así el resultado, dado que uno decidió partir hacia el norte chileno y el otro, hacia Cusco, Perú. No habiendo intervenido en la discusión, que me parecía fruto de los delirios del altiplano y de las condiciones mencionadas, pero teniéndome por alguien de principios (y sobre todo, de finales), resolví que dado que había salido rumbo a Machu Pichu, la decisión ya estaba tomada desde el comienzo.
Cruzada la frontera por Copacabana-Yunguyo, abordamos otro tren, que subía hasta Puno y desde allí, hasta Cusco. Allí, alquilamos una habitación compartida en un Hostal cercano a la Plaza de Armas. Hay que aclarar, que salvo las 2 o 3 noches del Hostal de La Paz, el resto de las noches dormíamos sentados en los trenes. Ese debe haber sido el motivo, por el que dormimos en el Hostal, durante todo un día de corrido. Después de 1 día o 2, que anduvimos caminando por el barrio, siempre con las hojas de coca, el compañero que me quedaba, que se creía una especie de Indiana Jones, propuso que fuéramos a Machu Pichu por el Camino del Inca. A lo que me negué rotundamente. Como dije, soy (era) un hombre de principios y de finales, no de medios, por lo que había que llegar a Machu Pichu, pero de ningún modo por el tal Camino, cuyo recorrido llevaba mínimo unos 3 días. Es más, ya le había agarrado un cierto cariño a los trenes y había internalizado el chuku chuku como si fuera un arrorró. Viendo Indiana, que mi decisión era inquebrantable y siendo cagón en el fondo, no se quiso hacer el guapo de largarse solo y nos subimos al primer chuku chuku disponible.
Haciéndola breve: hicimos una parada en un hostal de aguas termales llamado Aguas Calientes, subimos al Machupichu de los incas, también al Wayna-Pichu (que era otro caprichu que esos indios tenían), pegamos la vuelta para Cusco, tomamos unas mezclas de Piscos con las mencionadas hojas de coca, seguimos alucinando y abordamos unos de esos trenes, que de carambola nos llevaron a la frontera y luego a La Paz. Para entonces, los pocos Benjamín Franklin que nos quedaban, estaban cosidos por el lado de adentro de unos vaqueros que ya nos quedaban grandes, porque los kilos bajaban parejo con los Franklin. Así que, agarramos el primer patas de hierro que encontramos, pero esta vez al sur, hacia Oruro, Potosí y hasta La Quiaca, frontera con la República Argentina. Ahí dejamos la bolsa con las últimas hojas de coca, dado que no era buena idea entonces, andar con eso en el territorio de San Martín.
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Este viaje pudo ser así como lo cuento o pudo haber sido distinto. Como se sabe, las hojas de coca pegan duro. Pero en lo esencial, es así como lo digo: el machupichu era un caprichu que los indios tenían en la selva, donde pasaban sus vacaciones, cuando no andaban peleando con los gallegos y otros conquistadores, que se querían apropiar de todo el oro y la plata, dejándoles a cambio unos espejitos de colores, pero que después que todos, los indios y los gallegos, se masticaban las cocas, ya no se sabía cuál era cual y por eso, la colonización de la américalatina fue como fue, es decir, un mestizaje y un caos mire por donde se lo mire. En otra ocasión, cuento el resto, que también tuvo lo suyo. Siempre que encuentre, el remedio este para la memoria, que ahora mismo, no me acuerdo donde lo puse.