Profesor Rafael Suárez: «Nuestro sistema educativo es funcional a la insatisfacción»
Robert Silva anunció cambios importantes a nivel de Bachillerato, los cuales dejaron abierta una polémica que lleva años en Uruguay sobre la educación. Para el Profesor Rafael Suárez «nuestro sistema educativo es funcional a la insatisfacción»
Hace dos días Robert Silva, presidente del Codicen, levantó la polémica en una entrevista publicada por El Observador donde señaló la hoja de ruta para una reforma a nivel de Bachillerato donde se eliminarían las orientaciones y se pondría un énfasis en ciencias médicas, tecnología o ingeniería. Este cambio en la orientación pedagógica nos intrigó y decidimos entrevistar a un hombre de la casa, el Profesor Rafael Suárez, quien destacó que «nuestro sistema educativo es funcional a la insatisfacción».
El Profesor Rafael Suárez hace 20 años que trabaja en la docencia. Fue el fundador de nuestro portal hace 17 años y tiene una participación activa con diferentes columnas de opinión. En el 2017 escribió sobre los 10 problemas del ADN de la educación en Uruguay, donde advertía de situaciones graves de largo plazo y que todavía se mantienen.
De hecho mañana miércoles 18 de agosto los sindicatos de la educación se movilizan reclamando, entre otras cosas, mejoras presupuestarias en la Rendición de Cuentas.
¿El problema del presupuesto es de nunca acabar?
Sin dudas. Las recomendaciones internacionales plantean que el monto ideal es a partir del 6 % del PBI. Nosotros estamos lejos. El presupuesto condiciona a nivel salarial y de recursos muchos aspectos de la educación, pero no el más importante. El rumbo que se está tomando deteriora aún más los aspectos cognitivos de los estudiantes, evidentemente, pero más que nada nos aleja de un entramado humano que apunte a la plenitud.
Se invierta mucho dinero o poco, los objetivos de la educación en Uruguay y en el mundo, siguen orientados al mercado de trabajo, lo que provoca un daño irreparable en nuestros niños y jóvenes.
¿A qué te referís con un daño irreparable?
Estamos atrapados en un modelo cultural que aspira a desarrollar una ruta hacia el éxito individual. El éxito está concebido en aliviar nuestros dos miedos primarios más potentes como plantean algunos psicólogos: el miedo a la carencia y el miedo a la no aceptación. Nuestros niños y jóvenes perciben desde todos los ángulos que para ser «exitoso» hay que acceder a una profesión bien remunerada y a un status que brinde reconocimiento social. Acceder a una profesión en la que pueda generar riqueza y acceder a bienes materiales alivia la angustia que provoca el carecer de ellos, el no tener. A su vez, el tener nos brinda aceptación social.
Este camino trazado por nuestra cultura occidental lo explica muy bien el economista inglés Hamilton, cuando dice que «la base del crecimiento económico es la insatisfacción crónica de la sociedad». Tenemos miedo a no tener y a no ser aceptados. Para zafar de esos miedos trazamos la ruta del éxito económico que favorece a una industria que cada vez vende más. Cuanto más insatisfechos nos sentimos, más consumimos.
Nuestro sistema educativo es funcional a la insatisfacción. Nos aporta habilidades básicas para luego poder ingresar al mercado laboral e intentar encontrar la ruta del éxito. No importa si aprendemos mucho o poco.
El problema de esta ruta del éxito es que nunca termina, nunca nos resulta suficiente lo que tenemos ni lo que somos. El vacío existencial que eso genera se manifiesta de diversas formas, entre depresión, desinterés, apatía, tristeza, y hasta llegar al suicidio. Cada 11 horas un uruguayo se quita la vida, muchos de ellos son adolescentes que no encuentran la «ruta del éxito». Eso es lo que llamo daño irreparable.
El éxito para nuestra cultura es satisfacer el miedo en lugar de transformarlo. Y si siempre buscamos el éxito, el miedo es el precio a pagar.
Estamos de acuerdo que estarías planteando un cambio de ruta total y que eso ni siquiera está en discusión.
Claramente no está en discusión. Eso es lo que más preocupa de cara a lo que se viene dando. Seguimos poniendo el foco en las pruebas PISA, por ejemplo, pensando que si mejoramos los números nuestra educación sería mejor. Eso es una barbaridad. La educación no puede estar orientada a satisfacer indicadores internacionales. Hacerlo, que además es lo que pretenden todos los partidos políticos en Uruguay, es continuar en la ruta del éxito y permanecer funcionales a la insatisfacción. Así como una persona tiene miedo a no ser aceptada, estar pendiente de hacer bien los deberes en las pruebas PISA es lo mismo pero a nivel nacional. Nuestro país pretende la aceptación de los organismos internacionales que miden los indicadores educativos, en este caso la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico), que evalúan tres áreas específicas: Lengua, Matemáticas y Ciencia. En todo eso dónde queda el estudiante?
¿Dónde queda el estudiante?
El estudiante queda atrapado en la ruta del éxito y desde allí es muy complejo que logre alcanzar su plenitud humana. Como nuestro sistema educativo es funcional a la insatisfacción no pone el foco en que el estudiante desarrolle y cuestione su sentido de vida. Se lo orienta a desarrollar habilidades básicas y competencias necesarias para insertarse al mercado de trabajo, se le dice qué hacer y no se lo orienta a ser, a descubrir sus dones y talentos, sus virtudes, como decían los antiguos griegos. Como sociedad no nos importa que nuestros jóvenes encuentren su sentido de vida, nos importa que encuentren trabajo. Así vemos cómo se eleva cada vez más el índice de suicido adolescente en Uruguay. Es un ruta macabra.
¿Pero si no encuentran trabajo cómo se sigue?
En ningún momento planteo que no encuentren trabajo. Digo que primero tenemos que ayudarlos a encontrar su sentido de vida y luego hallar un trabajo en sintonía. Nuestro sistema educativo descarta el sentido de vida, se obvia ese paso y eso genera mucha incertidumbre e insatisfacción.
Tengo estudiantes que dudan entre cinco o seis carreras para seguir. Está perfecto que duden cuando no tienen claro su sentido de vida. Luego se terminan recibiendo de arquitectos cuando en el fondo querían ser profesores de dibujo. Terminan eligiendo una profesión con mayor rédito económico pero que no les genera plenitud. Así llega después las crisis de los 40, donde aparecen los cuestionamientos a lo que estamos haciendo con nuestra vida.
Tenemos que aspirar a una sociedad que permita desarrollar nuestros talentos de acuerdo a nuestro sentido de vida. Es la única forma de lograr verdadera plenitud. De lo contrario la angustia existencial seguirá siendo imparable. Hay 300 mil uruguayos que están padeciendo depresión. Eso no es casualidad. En los casos del suicidio los especialistas dicen que las personas no se quitan la vida porque no quieren vivir más, se la quitan porque no quieren vivir como están viviendo. ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta como sociedad que la ruta del éxito, la ruta de aliviar nuestros miedos primarios, la ruta de la insatisfacción, nos lleva constantemente al abismo existencial?
¿Decís que la sociedad uruguaya no es totalmente feliz?
Exactamente. No educamos para eso. No educamos para alcanzar la plenitud. Educamos para insertarnos al mercado de trabajo y dependiendo de nuestro nivel lograremos conseguir empleos mejor remunerados o no. Muchos padres hacen el esfuerzo de enviar a sus hijos a colegios privados porque esperan que repercuta en su futura profesión y estabilidad económica. No lo hacen para que encuentren su sentido de vida o plenitud.
¿Ese vacío existencial lo interpretás por los casos de depresión y de suicido, es así?
Bueno, esos datos son reveladores. Pero la clave para interpretar el vacío existencial o insatisfacción es nuestra necesidad constante de entretenimiento.
Nuestro sistema nos empuja a teorizar el tiempo y el espacio, a no ser. Vivimos una representación de nosotros mismos y huimos de nuestra esencia tomando distancia a través del entretenimiento constante, contemplando al otro como un objeto de satisfacción y no como un sujeto capaz de transformarme.
La ansiedad por sentirnos entretenidos se vuelve cada vez más intensa. Desde el uso inagotable de las redes sociales hasta los viajes mentales que nos alejan de nosotros mismos en cada segundo. Ya sea en lo físico o en nuestra imaginación nunca estamos en nosotros. La etimología de la palabra aburrimiento hace carne en todos y todo el tiempo; su significado es majestuoso: «horror al vacío».
Nuestros jóvenes están aburridos todo el tiempo. No paran de buscar estar entretenidos. Les cuesta desarrollar proyectos de vida, les cuesta integrarse, vincularse en su esencia humana. En el fondo están sufriendo y se refugian en las redes sociales, detrás de una pantalla, que los mantiene atrapados en la insatisfacción.
Como dice Martin Hilbert: «La verdadera fuente de poder de las redes ha sido llevarnos a nuestro narcisismo, enojo, ansiedad, envidia…», hacia un individualismo caprichoso que jamás se siente pleno.
Hemos desarrollado un sistema de creencias perverso. Destinamos infinidad de tiempo y de recursos para vivir entretenidos en lugar de vivir una experiencia; ligereza en lugar de sustancia, apariencia en lugar de esencia, aliviar el vacío en lugar de plenitud. Así nos condenamos día a día a la angustia constante, confundidos en un rumbo que nunca podrá completarnos aunque nuestra mente crea que sí.
¿Y entonces cómo hacemos?
Ya lo dijo Herman Hesse, como también los grandes sabios de la humanidad, «la verdadera profesión del hombre es encontrar el camino hacia sí mismo». Educar significa orientar, conducir, sacar hacia fuera lo que ya se posee. Nosotros no estamos educando, estamos formateando. Estamos boicoteando el sentido de vida de miles de niños y jóvenes porque no sabemos manejar nuestros miedos primarios. Ese es el camino que hemos trazado.
La educación es un reflejo de lo que somos como sociedad. Por lo tanto como sociedad necesitamos replantear el rumbo. Vivimos en un sistema cruel y desigual. Desde el 2015 el 1 % de la población tiene más riqueza que el otro 99 %. En ese marco nuestros dos miedos primarios se potencian y pretendemos que nuestros hijos se sientan seguros consiguiendo un trabajo que les brinde estabilidad. Esa estabilidad material hace agua por la insatisfacción. El vacío la desborda en cualquier momento.
Nuestros hijos son muy valiosos como para reproducir en ellos nuestros miedos y someterlos a nuestra cultura del sufrimiento, como diría el filósofo Byung-Chul Han. La Neurociencia dice que el ser humano entre la seguridad y la verdad elige la seguridad. Quizá sea hora de cambiar el foco. Como dijo Gandhi: ver la realidad con ojos nuevos.
¿Y la Reforma de Bachillerato que plantean las nuevas autoridades?
Es un camino que se viene aplicando en Chile y en Brasil. Cada vez se licúan más los contenidos y se pone énfasis en las carreras más técnicas. Lo dijo claramente Robert Silva. Se dejan de lado los saberes específicos de las asignaturas y se desprecian las orientaciones artísticas y humanísticas. También porque existe la falsa creencia que desde estas orientaciones se viola la laicidad y se «recluta» jóvenes hacia la Izquierda. Un disparate conceptual.
Esta reforma es similar conceptualmente a lo que ya vivimos en el 1996 con Rama. El objetivo sigue siendo el mismo, aportar al mercado de trabajo sin tener en cuenta la plenitud de nuestros niños y adolescentes. Lo importante es tener recursos humanos para el sistema productivo y de servicios. El resto sigue siendo secundario.
Esa es la educación que queremos para nuestros hijos. Por algo este proyecto político fue votado por la mayoría de los uruguayos. El problema no es la educación ni los políticos, el problema son los valores que nos mueven como sociedad.