Profesor Rafael Suárez: «la pandemia profundiza el imperialismo del ego»

En una nueva entrevista al Profesor Rafael Suárez intentaremos abordar una de sus columnas escrita anteriormente en la cual vislumbra que en las condiciones actuales la «pandemia profundiza el imperialismo del ego» o lo que algunos autores denominan «colonización de datos»
Al Profesor Rafael Suárez ya lo hemos presentado en varias oportunidades. Es fundador de nuestro portal y escribe con cierta regularidad sobre diversos temas. Recientemente escribió una columna que denominó «Pandemia y Neoimperialismo del Ego«. Fue la publicación más leída en el último mes en Ciudad Malvín y por eso nos sedujo la idea de ampliar su visión a través de una entrevista.
En la mencionada columna hacés énfasis en las diferencias del imperialismo «tradicional» y lo que estamos viviendo en la actualidad, según tu visión, donde se establece una nueva forma de dominación que apunta al ego o al sujeto
Efectivamente. Lo que podríamos definir como «imperialismo tradicional o histórico» tiene que ver con la manera en que una potencia militar o industrial somete a otra nación o territorio para obtener sus recursos y ampliar sus mercados.
Actualmente ese tipo de imperialismo es residual, aunque sumamente potente. No significa que no continúe existiendo y de hecho me temo que seguirá operando en la medida que los recursos más preciados sigan escaseando. Pensemos por ejemplo en lo que será la disputa de los territorios con litio o cobalto cuando se alcance el punto álgido de la expansión de los autos eléctricos. Que China esté mirando ahora hacia Afganistán tras la salida de las tropas norteamericanas no es casualidad. El territorio afgano es altamente rico en lo que se llaman las «tierras raras» y los minerales que en un futuro cercano serán de altísimo valor. China hoy representa el 70 % del mercado de reciclaje de baterías eléctricas. ¿Se quedará quieta siendo frontera de Afganistán? Lo dudo. Lo mismo pasa con Putin en Rusia.
Más allá de estos casos puntuales, está cada vez más claro que ese imperialismo de «estado a estado» o de «nación a nación» como sucedió en el siglo XIX ya no está siendo el eje del ordenamiento mundial.
Estamos en presencia de un nuevo orden y por lo tanto nos enfrentamos a una nueva forma de sometimiento. Antes era de estado a estado, hoy el nuevo imperialismo tiene su origen en los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales y su objetivo preciso es cada sujeto, cada uno de nosotros, alcanzando una infinita cantidad de datos que anticipan nuestras conductas y comportamientos y que los utilizan para sus beneficios.
Es muy simple darnos cuenta. Basta con hacer un comentario en un par de zapatos que me gustaron en una tienda que estoy viendo en Instagram para que en pocos minutos o a lo sumo en cuestión de horas me aparezcan anuncios de esos mismos zapatos en mi celular. ¿Para qué conquistar otro país, con todo el esfuerzo que eso significa, si puedo llegar a cada sujeto conectado en el planeta a través de un celular que pesa 100 gramos?
Algunos autores hablan de «colonización de datos»
Sí, es un término que me gusta mucho. Pero creo que esa denominación se queda en la superficie. Los datos son parte del entramado estratégico de estas grandes corporaciones que cada vez cuentan con mayor información sobre cada uno de nosotros.
Pero esos datos están reflejando los intereses de un ego que en nuestra cultural occidental vive insatisfecho. Esos datos por sí mismos no alcanzan a dimensionar la profundidad de lo que estamos viviendo. ¿Qué reflejan esos datos? Reflejan un aspecto existencial tremendamente removedor. Hemos construido un paradigma donde creemos que es lo mismo la plenitud que el entretenimiento, hemos comprado la idea -y la hemos internalizado como propia- de que el objetivo es zafar del aburrimiento, que la felicidad es sinónimo de multiplicidad de actividades.
Caímos en una trampa casi inexpugnable: creer que plenitud es darle rienda suelta a todos los estímulos que nos aparecen en nuestra vida y, primariamente, en las aplicaciones de nuestro celular. Lo primero y lo último que hacemos en el día es ver el teléfono. Pero además de permanecer horas y horas conectados, paralelamente estamos en diversos lugares a la vez: netflix, play station, páginas web, youtube y un largo etcétera. La cantidad de estímulos es inconmensurable y la insatisfacción que ello nos provoca también lo es.
El ego no se completa con ninguno de esos estímulos pero nos sujetamos a la creencia de que ese es el camino para la plenitud. Ahora bien, si alguien logra acceder a toda esa información que fluye sin detenerse sería capaz de anticipar nuestras conductas y sentimientos. Hasta podría saber cuáles son nuestros miedos primarios, si estamos tristes o eufóricos, si nos sentimos solos y hasta la orientación política e ideológica que tenemos. Esos datos, que son vitales para las grandes corporaciones, reflejan un estado existencial de insatisfacción por parte del ego. Los datos no valen si el ego no estuviera insatisfecho. Ahora, si cada vez que me siento desvalorizado compro una pizza o un helado o me voy de viaje el dato es sumamente relevante porque a través de un algoritmo puedo anticipar el futuro comportamiento de un ego incompleto (que siempre lo está, además).
¿Y qué rol está jugando la pandemia en todo esto?
La pandemia profundiza el imperialismo del ego por parte de las corporaciones transnacionales. El foco es extremadamente fuerte. Por año mueren en el mundo 60 millones de personas. En dos años la pandemia (si tomamos en cuenta números oficiales que son dudosos porque colocan los fallecidos a causa del covid y con covid -lo cual no es lo mismo-), provocó la muerte de 5 millones de personas. ¿Dónde está puesto el foco del ego en estos momentos? ¿En los 55 millones de muertos o en los 5 millones?
Está claro que en los 5 millones…
Exacto. ¿Quién se beneficia con ese foco? ¿Qué temores se despiertan individualmente cuando ponemos el foco en ese lugar? Eso es lo que tenemos que comenzar a reflexionar.
El ego tiene un miedo terrible. Como diría Freud, proviene del tiempo de la Horda Primitiva. Nuestro ego tiene un profundo temor a morir apartado de su grupo de referencia. Es un miedo paleolítico que está más vigente que nunca. El coronavirus pone sobre el tapete ese profundo temor. En primer lugar la muerte fuera de mi control (el ego se nutre del control) y en segundo lugar la muerte apartado de mi familia o de mis seres queridos. Eso es terrible para un ego que vive construyendo miedo porque comprende que su tiempo tiene un final.
Les voy a proponer un ejercicio sencillo. Quizás muchos ya lo conozcan.
En el siguiente video tienen que descubrir cuántos pases de balón da el equipo de remera blanca. Solamente, reitero, hay que contabilizar los pases del equipo de remera blanca y el tiempo es escaso.
Hagamos la prueba de ver la cantidad de pases del equipo blanco.
La primera vez que me enfrenté a este vídeo fue en una conferencia de Neurociencia que se llevó a cabo en la Sala La Experimental.
Realmente jamás esperé la respuesta que escuché en la voz del conferencista.
Mis ojos se enfocaron en el equipo de color blanco y conté 15 pases. ¡Perfecto! ¡Qué tontería, me dije! Pero luego algunos, que visualizaron algo que yo no, empezaron a hablar de un mono. ¿Qué mono?, preguntaba.
Obviamente que muchos de quienes vieron el vídeo pudieron distinguir al mono caminando entre los jugadores, pero muchos no lo vieron. Este ejercicio lo aplico en varias oportunidades en mis clases y gran parte de los estudiantes no distingue al mono.
Nuestra atención es selectiva, muy selectiva. Tan selectiva que murieron 55 millones de personas en dos años y no sabemos por qué ni nos interesa. Pero sí sabemos cómo murieron 5 millones y toda nuestra atención está puesta en no ser uno de ellos. Me podrá pisar un auto, podré sentir deseos de quitarme la vida, podré salir herido en una rapiña, podré morir de un infarto, pero el foco está puesto en no morir por coronavirus.
Ahora bien, quien controla al foco, anticipa mi comportamiento y tiene gran capacidad de prever lo que necesito y dejo de necesitar.
En la actualidad, para los que tienen el foco puesto en el coronavirus es más importante la seguridad que la libertad, es más importante la seguridad que el empleo, la seguridad que la educación, la seguridad que el bienestar. No importa nada, salvo sentirme seguro.
¿Y quiénes proveen seguridad en este foco?
Sin dudas que las grandes corporaciones transnacionales que amplifican las conductas de nuestros egos inseguros y temerosos. De esta manera Amazon duplicó sus ventas durante la pandemia al igual que las grandes empresas tecnológicas. El hombre más rico del mundo se volvió doblemente más rico en menos de dos años, pero además hemos entregado una cantidad desorbitante de información que es analizada por software específico y capaz de anticipar nuestros futuros comportamientos. Por la necesidad de sentirnos seguros hemos entregado toda nuestra información a programas especializados en generar más inseguridad.
Así se comienza a implementar un nuevo sometimiento y un nuevo control social.
En alguna columna hablaste del panóptico digital, ¿vamos hacia allí?
Me consta de buena fuente que cuando se llevó a cabo la app Coronavirus en Uruguay se tomaron precauciones extremas para proteger los datos personales de cada persona. ¿Pero en China sucedió lo mismo? ¿En Australia? ¿En Italia? ¿En Rusia? Creo que la tendencia mundial apunta hacia allí. El control digital provoca demasiada tentación a los gobiernos, los organismos internacionales y, sin dudas, a las grandes corporaciones.
Por otra parte, volviendo al caso de Uruguay ocurren asimetrías en la información que son muy poco transparentes. Una persona llega al hospital tras sufrir un accidente de tránsito, fallece a las horas pero como tenía covid su muerte es adjudicada al virus. ¿Nadie dice nada al respecto? ¿Los médicos? ¿El MSP? ¿Nosotros? ¿Es lógico ese criterio?
En estos momentos se está dejando entrever la posibilidad de que piensan vacunar a menores de 12 años. Uno de los que propone esa medida es el doctor Julio Medina, quien recientemente se confirmó que su laboratorio recibe fondos de Pfizer, ¿y nadie se pregunta si es transparente todo esto?
No me queda claro cuál es la lógica de vacunar a menores de 12 años que presentan una letalidad del 0,0001 % contra la posibilidad de padecer efectos adversos graves mayor al 1.5 %. ¿Es razonable todo esto? Los vacunamos para proteger a los ya vacunados. No soy médico, pero me parece una medida desproporcionada.
¿Quién garantiza al ciudadano el acceso democrático de la información? Eso está en juego también ahora.
Volviendo al eje de la entrevista, ¿Estas grandes corporaciones desde cuándo tienen un objetivo en común?
Gran parte de ellas se fagocita entre sí. Tienen un comportamiento autodestructivo. Cada vez existe mayor concentración de riqueza en pocas manos. Cada vez las grandes empresas devoran a otras. Es cierto que un grupo reducido de ellas ha desarrollado alianzas. Las empresas tecnológicas que hoy lideran la Bolsa de Valores y tienen sus tentáculos en el sector servicios, financiero y logística, hasta en los laboratorios farmacéuticos, hacen punta en la ruta de la sociedad de control digital. Son las que más datos e información poseen tras casi dos años de pandemia. No solo multiplicaron sus ganancias, sino que además accedieron a una información infinita de cada uno de nosotros. Han desarrollado un imperialismo del ego voraz y lo seguirán haciendo. ¿Por qué lo dejarían de hacer?
Has llegado a la conclusión que estas empresas tienen más poder que los estados nacionales, ¿cómo se llegó a eso?
Sin dudas que tienen más poder que los estados. De hecho bajaron a Trump de su segundo mandato, controlan la Reserva Federal Norteamericana y todos los flujos de datos de sus grandes consumidores. Ellas saben lo que piensa un político, lo que mira en la red. También saben lo que mira un científico, un doctor, un ingeniero espacial o un propietario rural. Saben perfectamente lo que nos falta y lo que deseamos. ¿Qué más poder podrían necesitar? ¿Y de qué manera se podría contrarrestar algo así?
En cuanto al origen de este mundo corporativo podemos ir a la década de los 60 donde nos encontrábamos con unas 7 mil empresas transnacionales. Tras el final de la Guerra Fría ese número se elevó a 37 mil. En 1992 la riqueza acumulada de esas empresas transnacionales superaba en dos veces a todo el PBI de América Latina.
En 1994, las 500 transnacionales más pesadas, habían generado una riqueza 50 % mayor a la de Estados Unidos y diez veces más que a la de América Latina.
En ese entonces -década del 90-, el Director del Departamento de Planificación Estratégica del Ministerio de Exterior alemán, Konrad Seitz, señalaba que quienes controlaran las tecnologías de punta no necesitarían conquistar colonias, sino que se encontraban en la búsqueda de dominar mercados. Y realmente lo hicieron.
Pero ocurrió algo para muchos inesperado. Comenzaron a alejarse de sus estados de referencia.
A mediados de los 90 las grandes corporaciones comprendieron o visualizaron que los estados representaban un obstáculo para ellas. Esto lo analizó muy bien Noam Chosmky, al ver que la nueva estrategia consistía en trasladar sus zonas de producción a instalaciones más baratas en otros países, como por ejemplo Vietnam, Taiwan, la propia China. Michel Rothbaum, quien fuera presidente de Harwood Industries, declaró ante la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos que al país del Norte se lo dejó de considerar para producir porque «con los niveles de sueldo que se pagan ¿quién puede esperar que tengamos alguna ganancia?»
Es decir, las grandes corporaciones tomaron el camino inverso de los estados considerados potencias, se abrieron de ellos porque vieron que por su cuenta, en un mundo que ya no era bipolar, accedían a mayor cantidad de beneficios y ganancias. Así fue creciendo una nueva forma de dominio, un nuevo imperialismo que no utiliza al estado más fuerte para someter a otro más débil, ahora lo hacen desde nuestro celular, colocando el foco donde ellos dispongan.
El ego es sujetado en la creencia que el entretenimiento lo puede satisfacer. Por más que estemos días enteros buscando la satisfacción en el celular no la alcanzamos, ¿nadie se pregunta por qué?