Semblanzas de La Mondiola, nuevo relato corto de Luis Albornoz
Semblanzas de La Mondiola, nuevo relato corto de Luis Albornoz. Un texto especial para todos los amantes del fútbol y principalmente para los hinchas de Nacional
Semblanzas de La Mondiola, por Luis Albornoz
Ficha Técnica.
Nombre del protagonista: Waldemar T (el apellido es ilegible). Domicilio: Conventillo sito en Rivera esquina Rossel y Rius, acera sur. Pieza: 5 (por el patio central, al final a la derecha). Lugar de la audición: Bar “La Toja”, sito en Rivera esquina Dolores Pereira de Rossel, enfrente al ex-Zoologico (actualmente, Parque de la Amistad). Fecha: vísperas de Navidad del año tal (está borrado por una mancha de humedad). Auto-percepción del protagonista: negro, pobre, viejo y solo. Creencias religiosas: místico. Creencias políticas: no tiene. Una pasión: el fútbol. Otra pasión: el Club Nacional de Fútbol. Otras pasiones: dice tener, pero no quiere declarar. Auditorio: dos, uno en carácter permanente (yo) y otro intermitente (el cantinero). Firma: un garabato. Aclaración de firma: otro garabato (con buena voluntad, es parecido al anterior).
Primera Parte.
El negro Waldemar T, era negro, en ese entonces todavía no había llegado a ser afro-descendiente. Una vez me dijo: “El respeto ante todo. A mí no me digas afro-nada, yo nací acá en el barrio de La Mondiola, acá vivo y acá voy a morir. Y otra cosa: yo soy pobre, pero no soy humilde, tengo un orgullo de la gran siete y tengo mucho orgullo de mi orgullo. Y a vos te hablo, porque tenés algunas cosas buenas y te las digo ya, porque son pocas: sos mi amigo, vivís en el barrio La Mondiola y los fines de semana vas a ver al Bolso en el estadio, que yo me acuerde no faltaste nunca”. Esto último era posible, porque Waldemar T me conseguía unas entradas truchas (en invierno para la Amsterdam y en verano para la Colombes). Según él, lo podía hacer por su amistad con el Morrongo Olivera (que también era negro, pre-evolución en afro-descendiente), cocinero oficial y exclusivo de Nacional, desde la época en que según él, tenía una especie de taberna en el cantero central donde hoy es Avenida Italia, cerca de Francisco Simón). Siempre según su versión, Morrongo cocinaba en las concentraciones de Nacional y el resto del tiempo lo hacía en la citada taberna, donde uno de sus concurrentes diarios, era un adolescente, para ellos un tal Ruben Rada, que le gustaba tocar los tamboriles y cantar en inglés (aunque no sabía inglés).
Esa víspera de Navidad del año tal, estábamos sentados a una mesa de lata, en la vereda del citado bar, Waldemar T tomando vasos de vino tinto que iba rellenando el mencionado auditorio intermitente y yo comiendo fainá, como si fuera la última cena. El único que hablaba era Waldemar T. “Vos sabés que yo en esta época me pongo triste, pero pasa, como todo, como en el fútbol”. Waldemar T interpretaba todo lo que nos pasa en la vida, los fracasos, las alegrías, los miedos, la vergüenza, todo, todo, desde el fútbol. Sin el fútbol no se podía entender la vida para nada. Una vez le dije: “Eso no puede ser, porque ¿como hacía la gente antes que se inventara el fútbol?” Se quedó pensando, como si nunca se le hubiera ocurrido. Y lo que dijo, fue: “Pobre gente, ¿no? cuánta desgracia hay en la vida, que lástima me da que hubiera gente tan desgraciada”.
Pero la disertación en aquella ocasión, era sobre el amor y por supuesto, el odio. “El negro ‘Cococho’ Alvarez, era el mejor back izquierdo de Nacional, un tipo duro, pero elegante para jugar, salía de la cueva siempre jugando, nunca de punta. No sé si sabes que era mi amigo y terminó viviendo ahí en el conventillo, te lo digo de paso, para que vayas viendo como son las cosas. Cuando Nacional allá por el 69, trajo al ‘Pulpa’ Etchamendi como DT, lo llamó a Cococho y ¿sabés que le dijo?” “Mire Cococho, yo a Ud. lo respeto mucho, lo admiro, como persona y como jugador. Pero Ud. ya perdió tres finales de la Libertadores. Y yo a Estudiantes de La Plata (que era el campeón), le quiero ganar. Su mochila es muy pesada, porque los recuerdos pesan, por eso para su puesto, voy a traer a Juan Masnik, que juega en Gimnasia y Esgrima de La Plata, a la comandita de Zubeldía y de Bilardo, los conoce bien y lo necesito. Discúlpeme, pero se lo quiero decir de entrada”. Y lo borró. Waldemar T lagrimeó un poco, también sería por el tinto y me dijo: “Yo, desde entonces, lo odié. Y también odié a Masnik, sin conocerlo”. Pero en la final del 71, en la revancha contra Estudiantes en el Centenario (habíamos perdido 1 a 0 en La Plata), se venía la noche y otra frustración más. Estábamos 0 a 0 y con eso, Estudiantes era campeón. Hasta que vino aquel centro al área. El ‘Chueco’ Masnik, saltó, en el aire forcejeó con Pachamé y el carnicero Aguirre Suárez, quedó como suspendido, levitando, y metió un frentazo en el arco de la Amsterdam. Yo lo único que recuerdo, era como se movían las piolas de la red. A partir de ahí y hasta el final del partido, a mí se me hizo un nudo en la garganta y no lloré porque soy guapo. Terminó 1 a 0, lo que abría la puerta para la final en Lima. Abrazado con el Morrongo, bajé al vestuario y lo encaré a Masnik. Le quería decir algo, pero no pude, solo lo abracé y ahí sí, lloré. El ‘Chueco’ me dijo algo así como ‘vamo arriba negro, que falta Perú’. Ahí me dí cuenta y te lo digo para que aprendas, que así se va el odio, no desde la cabeza, sino desde los intestinos y desde las lágrimas. No tiene que ver con el otro, sino con uno mismo. Con el ‘Chueco’ nos hicimos amigos y encima, con el tiempo, el tipo vino a vivir al barrio y puso un almacén acá a la vuelta, en Marco Bruto. Un día nos reunimos con él y con Cococho en el Caburé. Y hablamos de los astros. Cuando están de punta, como le pasó a Cococho, no hay elegancia ni sudor que te lo arregle. Y cuando están alineados y casi sin que te lo merezcas (como decía Masnik de sí mismo), un día, metés un frentazo contra la Amsterdam y hacés que un negro, viejo, pobre y solo, se redima y llore”.