Uruguay for Export, nueva columna de Marcelo Marchese
En otra columna de opinión formidable, Marcelo Marchese aborda la presencia en nuestro país de una empresa japonesa que compró más de 40 mil hectáreas. ¿Qué se esconde detrás de tanta extranjerización de la tierra en Uruguay? Uruguay for Export.
URUGUAY FOR EXPORT
Una trasnacional con sede en Japón se traga 41.289 hectáreas soltando 287.598.326 dólares. Para que se hagan una idea, sería como adueñarse de un 78% del departamento de Montevideo.
¿A qué dedicarán toda esa tierra estas buenas gentes? A forestar, ya que se dedican con todo éxito a la pulpa de celulosa.
Ojo, no lo hacen por afán de lucro, ya que en su página web informan que hacen estos desembolsos por razones humanitarias y muy verdes, por oxigenar al pobre planeta y capturar el carbono y todo Diablo que ande suelto.
Es lindo confirmar que hay trasnacionales preocupadas por la humanidad.
Ahora, es algo triste que en esos campos no viva un alma, ya que sólo hay eucaliptus y eucaliptus y eucaliptos clonados y no hay alguien que los cuide y alimente, pues se alimentan solos.
Nos preguntamos si ese enorme pedazo de campo no brindará la materia prima para otra planta de celulosa que logrará sus privilegios en secreto, ya que en secreto es más fácil que te exoneren de impuestos, te brinden el agua gratis y te dejen meter mano en la educación de los párvulos.
¿Otra planta de celulosa? ¿Habrá que comprarles la energía a precios siderales y hacerles una vía de ferrocarril? ¿No será que saldrá su pulpa por la hidrovía que conecte la Merín con la Dos patos y que pagaremos nosotros?
Lindo negocio: el que tiene un quiosquito o un empleo, paga impuestos a lo loco, pero el que invierte miles de millones para ganar millones de millones, ese no paga impuestos, y el que paga impuestos debe hacer las vías de ferrocarril y las hidrovías para que ganen millones de millones los que no pagan impuestos.
Mientras tanto, expulsamos gente del campo, gente que justo producía comida, así que tenemos que gastar doblones de oro para acceder a una zanahoria y un par de cebollas, y no hablemos de comprar un churrasco.
Oro por baratijas, carne y legumbres por pasta de celulosa, y nos quedaremos sin campo y sin gente en el campo, y en aquellas taperas ya no se le enseñará al niño a montar a caballo, ni que con creciente, adiós tararira, y no sonará la milonga y el gaucho nada le susurrará a su china.
Nada de eso habrá. Sólo el silbar del viento entre los eucaliptus.